Marina del libro

Inquiero los porqués , los hasta cuándo
los cómo y dónde
y esa pregunta muda que me ahoga
y vive en el silencio .

Y entonces tú
contestas
majestuoso
enorme gamo verde
país de agua
donde los soñadores se dan cita .

Me hablas
grande mar
telón del cielo

y tus olas responden como páginas
de un libro cuyo autor lo sabe todo

como páginas, mar

y como pétalos
de una rosa que nunca se deshoja.

(Versión luminosa de «¿Qué voz viene sobre el sonido de las olas que no es la voz del mar?»)

Blanca Andreu

Fábula de la fuente y el caballo

Dicen que murió un caballo.
Contaron que pasó como una sombra, que galopaba
como noticia que va corriendo
todos los días hasta la fuente —agua y sonidos blancos,
jaurías blancas y galgo crepitar—
todos los días entre la nieve y en el deshielo, sobre
la hierba de mayo, año tras año
huía de los lobos
ese caballo que ahora está muerto,
atravesaba los bosques encendidos por la luna
quien lo saludaba fríamente.
Era castaño —acaso era una yegua—
ese caballo del que hablo. Nunca lo podré conocer.
Me han dicho que pasó como una sombra
que su vida no fue sino una sombra y sin embargo el caballo
era luz.
Era un caballo ateniense. En sus ojos brillaba el fuego
de la verdad y la belleza,
pero nadie lo conoció.
Ese caballo que ahora viene vigilante hasta este poema
con los ojos agrandados por el insomnio de la muerte,
con la mirada de mi hermano y la sonrisa de fábula
a veces miraba a los hombres,
pero los hombres no sabían prestar atención a un caballo.
Ni el sabio ni el indiferente se preocuparon de indagar.
Y así el caballo pudo ir año tras año
hasta la fuente aquella y dicen
que se hicieron compañía
durante los durísimos tiempos.
No hablaban más que de sus cosas
en un lenguaje desconocido, más misterioso que el sueco
aquel caballo y aquella fuente.
La fuente era una comadre de las que todavía quedan,
vividora y aficionada
a los chismes.
El caballo era un caballero, no puede decirse otra cosa.
Dicen que galopaba como noticia que va corriendo
a propagar la prosperidad, como un mensaje
del rojo verano.
Y nadie lo escuchó sino la fuente, nadie supo su signo
ni su símbolo,
nadie quiso saber sino la fuente de aquel caballo color hoja seca.
En el interior de un verso sueco descansa su soledad
y ahora ha llegado a este poema antes del amanecer
con grandes ojos semejantes a los de un antiguo profeta,
con ojos que no se preguntan si fue dios quien hizo la muerte,
con grandes ojos elevados
a la categoría de potencias.
Sueño y sendero, sangre y oscuridad
que suenan como campanadas.
Hacia dónde vuelan. De su paso no queda
vestigio alguno. Y el caballo —desde la noche— mira y aprueba
no los ojos de la desapacible
sino la última luz de una brizna de hierba.

Blanca Andreu

Yo sola oscura por azoteas…

Yo sola oscura por azoteas con alas amontonadas por la quietud y por la muerte agrandadas y por cantos diciéndote ay condúceme con mi corazón desconocido a la puerta de las tiendas todas donde venden altísimas gravitaciones ángeles infinitamente confusos que acuden en compases de trenes y se albergan en grises estuarios ay condúceme ahora cuando mi fortaleza martiriza derramándose cuando excesivamente levanta armas de nada y se precipita sobre nada como una certeza y una antífona de la eliminación.

(«Báculo de Babel»)

Blanca Andreu

Cinerario

I
Ahora me pregunto qué sería de aquel fuego
y de su noche, la ceniza.

II
El fuego es dios de nada, dijo el poeta, es nada
aunque a veces sople por las chimeneas
un aire alemán.

III
Ahora me pregunto qué fue de aquellos fuegos
y de su norte, la ceniza.

IV
El fuego es dios de nada –dijo el poeta– es nada
y jamás se controla por educación
o cualquier otra
sino que obra
y porfía.

V
Ahora me pregunto que será de aquel fuego
y su sepulcro, la ceniza.

Blanca Andreu
Escucha, escúchame…

Escucha, escúchame…

Escucha, escúchame, nada de vidrios verdes o doscientos días de historia, o de libros
abiertos como heridas abiertas, o de lunas de Jonia y cosas así,
sino sólo beber yedra mala, y zarzas, y erizadas anémonas parecidas a flores.

Escucha, dime, siempre fue de este modo,
algo falta y hay que ponerle un nombre,
creer en la poesía, y en la intolerancia de la poesía, y decir niña
o decir nube, adelfa,
sufrimiento,
decir desesperada vena sola, cosas así, casi reliquias, casi lejos.

Y no es únicamente por el órgano tiempo que cesa y no cesa, por lo crecido, para la sonriente,
para mi soledad hecha esquina, hecha torre, hecha leve notario, hecha párvula muerta,
sino porque no hay forma más violenta de alejarse.

Blanca Andreu