La falta

Hay gente que le pone nombre
a su falta
les falta Antonio o Cecilia,
un viaje a Africa
o un millón de pesetas
un pisito en la playa
o una amante
un éxito en la lotería
o un ascenso en el trabajo.

Los que sabemos que la falta
es lo único esencial
merodeamos las calles nocturnas
de la ciudad
sin buscar
ni un polvo
ni una diosa
ni un Dios
          Sacamos a pasear la falta
como quien pasea un perro.

Cristina Peri Rossi

Reminiscencia

No podía dejar de amarla porque el olvido no existe
y la memoria es modificación, de manera que sin querer
amaba las distintas formas bajo las cuales ella aparecía
en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de todos los lugares
en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques
donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas
que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables
como las pocas cosas que habíamos conocido.

Desde alguna parte
me mira
esa mujer que fuiste
alguna vez lejana
y me pide cosas
me pide memoriales
versos
y perdón por el futuro.

El monótono oficio de amarte
o poesía
extrañas parejas pasean por el parque
signos de una tipografía que ya conozco
por haberla usado desde pequeña
Y el globo de sol
que un extraño colocara en el jardín
como una O redonda
mayúscula
quizás para recordarme
que he de amarte
medida y rimada
como aquellos poemas antiguos,
un poco viejos,
aprenderte de memoria
como un libro de lectura
del cual surge el caballo blanco en el que viajo
en tus sueños nocturnos
y la nostalgia de mamá
por cuya culpa
sin duda      te amo.

Cristina Peri Rossi

Me basta así

Si yo fuese Dios        
y tuviese el secreto,
haría        
un ser exacto a ti;        
lo probaría        
(a la manera de los panaderos        
cuando prueban el pan, es decir:        
con la boca),        
y si ese sabor fuese        
igual al tuyo, o sea        
tu mismo olor, y tu manera        
de sonreír,        
y de guardar silencio,        
y de estrechar mi mano estrictamente,        
y de besarnos sin hacernos daño        
–de esto sí estoy seguro: pongo        
tanta atención cuando te beso–;        
                                                       entonces,
si yo fuese Dios,        
podría repetirte y repetirte,        
siempre la misma y siempre diferente,        
sin cansarme jamás del juego idéntico,        
sin desdeñar tampoco la que fuiste        
por la que ibas a ser dentro de nada;        
ya no sé si me explico, pero quiero        
aclarar si yo fuese        
Dios, haría        
lo posible por ser Ángel González        
para quererte tal como te quiero,        
para aguardar con calma        
a que te crees tú misma cada día,        
a que sorprendas todas las mañanas        
la luz recién nacida con tu propia        
luz, y corras        
la cortina impalpable que separa        
el sueño de la vida,        
resucitándome con tu palabra,        
Lázaro alegre,        
yo, mojado todavía        
de sombras y pereza,        
sorprendido y absorto        
en la contemplación de todo aquello        
que, en unión de mí mismo,        
recuperas y salvas, mueves, dejas        
abandonado cuando –luego– callas…        
(Escucho tu silencio.        
                                    Oigo
constelaciones: existes.        
                                    Creo en ti.
                                               Eres.
                                                        Me basta.)

Ángel González

Mientras tú existas

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz— –cualquiera…
                                            Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

Ángel González