Yo cantar, cantar, canté…

Yo cantar, cantar, canté,
aunque mi gracia era poca,
que nunca (y de ello me pesa)
fui yo chiquilla graciosa.
Cante como mal sabía,
dando vueltas y cabriolas
como hacen los que no saben
directamente una cosa.
Pero después, despacito,
y un poco más alto ahora,
fui soltando mis cantigas
cual quien no quiere la cosa.
Yo bien quisiera que en ellas
bailasen aguas con la luz,
bailasen sol y palomas,
blandas aguas con la luz,
suaves aires con las rosas;
que en ellas claras se viesen
espumas de verdes ondas,
del cielo blancas estrellas,
de tierra plantas hermosas,
nieblas de color sombrío
que allá en las montañas rotan,
los chillidos del mochuelo,
las campanitas que doblan,
la primavera que ríe,
las aves voladoras.
Canta que te canta mientras
el corazón triste llora.
Esto y más yo bien quisiera
decir con lengua graciosa:
mas donde gracia me falta
el sentimiento me sobra:
aunque éste tampoco basta
para explicar ciertas cosas,
que a veces por fuera canta
alguien que por dentro llora.
No me expliqué cual quisiera,
que soy de palabra poca,
si gracia en cantar no tengo,
el amor patrio me ahoga.
Yo cantar, cantar, canté,
aunque mi gracia era poca.
Mas qué hacer, desventurada,
si no nací graciosa!
Rosalía de Castro

Negra sombra

Cuando pienso que te huyes,
negra sombra que me asombras,
al pie de mis cabezales,
tornas haciéndome mofa.
Si imagino que te has ido,
en el mismo sol te asomas,
y eres la estrella que brilla,
y eres el viento que sopla.
Si cantan, tú eres quien cantas,
si lloran, tú eres quien llora,
y eres murmullo del río
y eres la noche y la aurora.
En todo estás y eres todo,
para mí en mí misma moras,
nunca me abandonarás,
sombra que siempre me asombras.
Rosalía de Castro

¡Oh Hermosura que excedéis…

¡Oh Hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir, dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
¡Oh ñudo que ansí juntáis
dos cosas tan desiguales!
No sé por qué os desatáis,
pues atado fuerza dais
a tener por bien los males.
Juntáis quien no tiene ser
con el Ser que no se acaba.
Sin acabar, acabáis;
sin tener que amar, amáis;
engrandecéis nuestra nada.
Santa Teresa

En la tierra de nadie

En la tierra de nadie, sobre el polvo
que pisan los que van y los que vienen,
he plantado mi tienda sin amparo
y contemplo si van como si vuelven.
Unos dicen que soy de los que van,
aunque estoy descansando del camino.
Otros “saben” que vuelvo, aunque me calle;
y mi ruta más cierta yo no digo.
Intenté demostrar que a donde voy
es a mí, sólo a mí, para tenerme.
Y sonríen al oír, porque ellos todos
son la gente que va, pero que vuelve.
Escuchadme una vez: ya no me importan
los caminos de aquí, que tanto valen.
Porque anduve una vez, ya me he parado
para ahincarme en la tierra que es de nadie.
Carmen Conde