Change (II)
Una amiga mía, nada más terminar de leer la primera parte de esta entrada (Change I), me dijo taxativamente: «me gusta lo que dice, pero yo creo que las personas no cambian».
Una amiga mía, nada más terminar de leer la primera parte de esta entrada (Change I), me dijo taxativamente: «me gusta lo que dice, pero yo creo que las personas no cambian».
Cuando escucho a alguien decir que «la gente no cambia» me entran escalofríos. Cada célula de nuestro cuerpo se regenera, en promedio, cada siete años. Cabello, ojos, hígado, corazón,… todo se renueva. Increíble.
Ya es demasiado tarde. El tiempo se ha agotado. No cabe esperanza alguna. No existe ya posibilidad ninguna. Nada de lo que pueda hacer cambiará las cosas. No hay solución posible.
Abro los ojos . Siento la luz del sol que entra a través de los ventanales de la habitación en lo más hondo de mi cabeza. Va a explotar. Tumbado en una cama, no puedo imaginar un mundo en vertical. Me desplomaría nada más intentar ponerme en pié. Me pregunto cuánto tiempo llevo aquí.
Las mejores cosas en mi vida siempre me han ocurrido en compañía. Siempre me he considerado una persona independiente, capaz y cuidadoso —o más bien, perezoso— de involucrar en mis objetivos a otras personas.
Todas las semanas, además de las cartas, me escapaba una o dos veces por semana para realizar una llamada interurbana. Decir llamada interurbana en aquella época era como nombrar al diablo.
No he tardado mucho en encontrar uno. Llevo un par de días con el pendiente de enviar una carta por correo postal, también llamado correo ordinario, creo. Aunque de ordinario, en su acepción de suceso habitual, tiene ya poco.
Serían principios, o incluso mediados, de la década de los 90. Mi «yo» actual aún no existía. Se empezaban a definir las líneas de un anteproyecto de mi, algo alejado, debo decir, de en lo que me he convertido.
Hay una aplicación para el iphone que me tiene loco. Ouh yeah! Una canción que suena en la radio del coche, la música de fondo de un anuncio de televisión, música que suena de repente, y te gusta, te cautiva, o simplemente despierta tu curiosidad, pero no tienes ni la menor idea de qué canción se trata. Con tan sólo diez segundos de escucha, esta aplicación es capaz de averiguar título, autor, intérprete, año de creación, etc. Diez segundos, ¡wow! Una especie de mozart digital con el oido más fino y delicado del universo.
Mi «mejor amigo» (sí, ya se que es un término más propio de épocas adolescentes), me regaló un libro hace unos años. Tenía dos ejemplares en su casa, porque su madre y él lo compraron ambos sin consultarse. «Cuando leí este libro me acordé de ti» —me dijo.
I’ve been looking so long at these pictures of you,
that I almost believe that they’re real.
I’ve been living so long with my pictures of you,
that I almost believe that the pictures are all I can feel.
Remembering you…
There was nothing in the world,
that I ever wanted more,
than to feel you deep in my heart.
There was nothing in the world,
that I ever wanted more,
than to never feel the breaking apart…
… all my pictures of you.
Empezar a vivir juntos. Fijar la fecha de la boda. En los últimos dos años, se han sucedido las noticias relacionadas con parejas amigas mías. Cada una de estas noticias es la culminación del amor, de una historia de amor, más o menos larga, más o menos intensa, más o menos especial. Es como si hubiesen conseguido llegar, juntos. Pero llegar, ¿a dónde?
Érase una vez una niña que era muy maja y se llamaba Vicky. Un día se encontró un perro hablador entre los arbustos de su jardín. Vicky se extrañó porque era como mágico, y de pronto dice: -Hola. Entonces Vicky se quedó alucinada, como al lado de su casa hay una tienda de animales, sucia y medio abandonada fue a ver, entro y era tan bonita que se quedó más y se fijó tanto que descubrió que era una tienda mágica. Dejó al perro y fue a verle todos los días.
(Paula C.A., 8 años)
Esta mañana me levanté temprano. ¡Bien! Desperezarse con todo el tiempo del mundo, sin prisa alguna, es agradable. Llegué al baño y tras aplicarme espuma me dispuse a afeitarme. Con la primera incisión de la cuchilla me corté… en la nariz. Sí, sí, en la nariz.
Un amigo mío me envió una invitación virtual para poder instalarme un programa de música online. En ese momento no le hice mucho caso, pero a día de hoy este programa me ha conquistado. Os hago extensible aquí la invitación (a modo de panfleto publicitario).
El programa napster, junto con la velocidad de conexión de la primera empresa donde trabajé (como becario, evidentemente) me permitieron hacerme con un montón de recopilaciones de música pasada, así como con cada nuevo disco que salía de cualquiera de mis grupos favoritos, y no tan favoritos.
Fue a finales de 1996. Había leído acerca de una emergente red de redes que sería capaz de conectar el ordenador de mi casa con otro ordenador situado en el mismísimo edificio de la nasa; algo que iba a revolucionar el mundo científico y de la educación. A la postre revolucionaría esos mundos y toda la sociedad en general. Y de qué manera.
Nunca consigo entender las canciones en inglés. Siempre he pensado que rechazar dos becas de estudio en Inglaterra, durante dos veranos seguidos allá por el año 95 (por una chica, claro está), fue y es la principal causa de mi no-bilinguismo crónico. Ya sé, el ser humano, las oportunidades perdidas, los caminos no tomados… todas esas estupideces.
Creo que es el olor de las calles. Es distinto. No sé. Los últimos días han sido duros, largos. Hago mis esfuerzos. Quizá algún día aprenderé a estar más tranquilo. La tranquilidad que dan los años, la tranquilidad que dan las experiencias vividas. Las victorias sufridas, las dolorosas e inesperadas derrotas. Salir adelante… (continúa)