Costumbres
Por la noche, yo acostumbro
cuando duermo a dejar
la luz de mi cuarto encendida,
la cortina sin echar, entreabierta,
y ver la luz de la farola reflejada en la ventana.
Acostumbro a no cerrar la puerta.
En el pasillo, siempre pongo unas migajas,
un camino, como un rastro,
y sobre un plato, los gajos de unas naranjas
que compré por la mañana en el mercado.
Un vaso de agua fresca en la mesilla,
junto al móvil encendido,
con el volumen bien alto,
por si llamas y estoy dormido.
Tu pijama limpio y doblado bajo la almohada
con olor a flor y a suavizante
y en tu lado de la cama,
un espacio y su vacío,
amante que me acompaña
desde el día en que te fuiste
y me dejaste aquí, conmigo
y mis asuntos.
Ya ves, así son las costumbres
sin tu calor en mis sábanas.
Lo hago cada noche, y luego, en las mañanas
me miro en el espejo y me pregunto
si la luz nunca apagada,
si la persiana subida,
si los gajos cortados,
si las migajas echadas,
si el agua fresca vertida,
si tu pijama doblado,
si estos versos que ahora escribo,
¿habrán servido de algo?
Y cuando quieras volver
que te muestren el camino.
Y encuentres, al regresar,
que no cambié nada de sitio
y todo sigue en su lugar.