Viajar,
este placer de alejarse
lejos, nunca es suficiente.
Viajar,
hacer la maleta, marcharse.
El viaje empieza en la mente y después
de imaginar un destino,
se dibuja sobre un mapa
y se termina con los pies.
Viajar y sentir que se viaja
a mil y un sitios diferentes.
Partir sin saber a dónde,
sobrevolar las ciudades,
recorrer los continentes,
navegar sobre los mares.
Encontrar lo que se esconde, lo invisible,
y amanecer cada mañana
pensando que todo es posible.
Viajo, viajaré, viajaba,
palabras que son curiosas,
emociones conjugadas.
Viajar, viajero, viajante,
declinaciones hermosas
palabras enamoradas.
El verbo viajar es mi amante
nerviosa que siempre me espera.
Esperas en estaciones,
puertos y terminales.
Reencuentros y despedidas.
Esperas acompañadas
de libros y auriculares.
Llantos, abrazos
y besos de bienvenida.
Sentado en el tren, prefiero
mirar por la ventanilla,
con mis ojos de viajero,
luz, paisaje y geografía.
Observar por la ventana
del avión que sube, el nacer
de la mañana y el sol que estalla
tras una nube.
D.F., Atenas, Lisboa
los glaciares del montblanc
y el desierto de Marruecos.
Egipto, Islandia y Nepal.
Viajar cada vez más lejos,
Y en mi cápsula espacial
surcar los siete universos,
y al llegar al más allá
del infinito —¡qué placer!—
atrapar con mi mano
el bigbang, sacudirlo
y ponerlo del revés.
Descender hacia las profundidades
y observar las chimeneas
donde nacen las bacterias
en los fondos abismales.
Viajar no es hacer turismo.
Comenzamos el trayecto
y no sabemos quién somos.
Por extraños mecanismos
en nosotros algo pasa,
nos hace cambiar por dentro
y regresamos a casa
sin volver a ser los mismos.
Comenzamos a viajar
y no sabemos quién somos.
Por extraños mecanismos
en nosotros algo pasa,
por dentro, nos hace cambiar
y regresamos a casa
sin volver a ser los mismos.