Frente a la costas del tiempo…

Frente a las costas del tiempo y de la escarcha, desnudo
de silencio entre las manos y ansioso de latires,
respira un corazón de piel descalza. En las arterias,
los grumos de la noche y de las piedras, la plegaria
del ciclo de las olas. El reposo del sol bajo el olivo
blanco. ¿Capaz que ya fue todo? ¿Acaso soy tan solo
un peregrino sin camino bajo el amor y entre la luz
de las estrellas.
Sereno de relojes y de alturas, pregunto a la vereda
¿soy caminante? La tierra del sendero me responde,
¿pero es que no lo ves? Lo tienes ahí delante. Los pájaros,
las flores, las montañas. Al fondo está la mar, ¡soy marinero!
La senda es transparente y está llena de barcos. La tormenta,
lo salvaje y el abrazo escondido entre los acantilados.
¿Acaso no lo has hecho ya otras veces? Capaz
que no recuerdas el pasado. Aquí la casa, allí una fuente
y el huerto de manzanos en la orilla, huele a menta. La belleza,
pintura y verso de todos los corales, me acompaña.
Estoy a salvo.
Eduardo de la +

Satélites

El día en que se queman las estrellas
la luz blanca cae sobre unos hielos escondidos
en la mesa y tres sillas plegables.
La bóveda oscura, despejada, el lago mínimo
y los abrigos, abrimos tres cervezas, y una manta,
                          ¡acércate!
Estoy en casa, en una casa de cuatro ruedas,
con piel de espuma y edredón. Soy un triángulo
de amigos y en la montaña, unidos y enredados,
por un cable de acero, cerca de dios,
                          nos conocimos.
Un fuego extraño cruza el cielo y una temprana primavera
nos recuerda lo pequeño y el detalle,
somos amigos y es lo bello.
Todo pasa y aún nos queda el entusiasmo
de aquella noche en la que vimos
con asombro y a lo lejos
cómo las estrellas se quemaron.
Eduardo de la +

Bambalinas

Tu forma de mirar es el camino de la piel.
La cometa que vuela en el fuego viejo de la madrugada.
Desliza en tu palabra el velo blanco de la irrealidad.
El brote de las alas en tu boca, un lienzo ríe.
                                                                 Extrañamiento.
Las manzanas de tu rostro, el alimento, la pulpa de tu imagen.
Paisaje, flor, simiente de un cántico narrado en abstracta primavera.
Doscientas sinfonías y un latir de mariposas.
La mancha de una mora, la belleza derramada y el acento.
El giro arquitectónico de la naturaleza.
El último pedazo de tu voz es vertical y se deshace,
allá entre los que están detrás del mundo.
La luz que me ilumina de todos los poemas.
El verso fiel, latente y consagrado, que anuncia con dulzura
las mieles de los astros y de la poesía.

Eduardo de la +

Poema cuántico

Partículas tangentes,
desdobladas, en compresión atómica.
Voluntades subterráneas, primigenias.
El caos se impacienta.
Al otro lado, el abismo. La nada.
Amor cosmológico latente.
Todo está por crear. Tus pecas,
los arroyos, el color malva y un olivo.
El grito del universo afligido.
Materia escondida, energía negra,
germen de constantes y proporciones.
Realidades hechas de vacío.
Tu voz, en el origen.
Abro mis ojos y apareces.
Te pienso y estallo.
Brota mi ser.
Atardecer cuántico en mis pupilas.
Estocástica radiante, incierta y caprichosa.
Espectros luminosos de partículas.
Predicción ondulatoria.
Detrás de todo, ¿quién?
A dónde va la luz cuando se aleja.
A dónde el tacto de tu piel cuando me deja.
El alma vertical entrelazada.
Estructura disipada tejida con hilos celestiales,
eternidad latente y en las esquinas, amor.
Partícula existencial, mecánica absoluta.
Retorno a los altares del origen.
                                                     Sin palabras,
no hay Dios. Entre los versos, tú.
La lírica hecha carne, la física desvanecida.
Por los bordes, rebosante, se derrama la belleza.
Ya no hay otra forma de entender el universo.

Eduardo de la +
¡No era una caja!

¡No era una caja!

Ya solo espero que la noche me trague.
Bajo mis pies se abra la tierra y desaparecer.
Heme aquí entre los hombres y las mujeres,
puesta por el divertimento de los dioses.
Juego de los unos, esclava de las otras.
Pandora, ven aquí,
Pandora, guarda esto.
Pandora, trae aquello.
Ni una sola caricia en las palabras.
Guardo, traigo y voy
cargada de ánforas, de rabia
y de curiosidad.
                        En tanto que
una se me cae y se hace añicos.
Cómo iba yo a saber si de aceite,
de miel o de manzanas,
y no de aquellas molestias vertidas.
Reúno con la escoba los despojos.
Sé lo qué dirán de mí, por la calle.
Pandora, torpe.
Pandora, fisgona.
Pandora, inoportuna.
Las manchas, las del suelo y en mi nombre,
no se borran. Y no dejo de pensar
por qué nadie me advirtió.
Pandora, ¡ten cuidado!

Eduardo de la +

Tinieblas

A oscuras, de madrugada, tus besos
ocultos en la penumbra,
secretos, bajo una noche
de estrellas, olivos y serranía.

Se abre una puerta, los cuerpos
se buscan, las bocas se encuentran,
es el hambre quien se come y se devora
con un ansia clandestina.

Ojos aglomerados observan
nos miran, sin ver,
sin saber, nos vigilan, nosotros
seguimos jugando a ser fresas
de campo, sabrosas,
el rojo en tu cuello, mi mano
en las flores, hermosas,
las bocas se muerden, inquietas,
el tiempo y los latires
                                     se detienen,
las ganas y la sangre
                                    se aceleran.

Pronto la luz y separados,
volvemos a fundirnos con la casa.
Tus besos por furtivos, verdaderos,
el juego por discreto, terminado.
Nos dormimos.
Pronto el sol y tu pijama,
tu pelo alborotado y somnolientos
buscamos el reencuentro en la cocina
y el aroma del café de la mañana
                                             recién hecho.

Eduardo de la +

Continentes

Imagina que tú y que yo
muy tarde ya en la noche
nos chocamos
frente a frente,
baile a baile,
boca a boca.
Imagínatelo.
una noche de alcohol y sótano
en blanco, tú, en negro, yo
un verano y un invierno
continentes oceánicos
continentes que se rozan
nos situamos a medio verso,
nos encontramos en la piel,
en la frontera que es la piel
nos comemos, embriagados
de poesía,
de pornografía,
biografías que se cruzan
en un punto
una noche
y al caer el día
y el sol
sobre las macetas secas
el abismo entre las sábanas
el cuerpo negado
la cama alborotada
la ropa por los suelos
el hechizo ya deshecho
tazones de remordimiento
cucharadas que saben a distancia
miradas suspicaces
deschocamos
continentes que se alejan
dos continentes extraños.

Eduardo de la +

Viajar

                                    Viajar,
este placer de alejarse
lejos, nunca es suficiente.
                                       Viajar,
hacer la maleta, marcharse.
El viaje empieza en la mente y después
de imaginar un destino,
se dibuja sobre un mapa
y se termina con los pies.
Viajar y sentir que se viaja
a mil y un sitios diferentes.
Partir sin saber a dónde,
sobrevolar las ciudades,
recorrer los continentes,
navegar sobre los mares.
Encontrar lo que se esconde, lo invisible,
y amanecer cada mañana
pensando que todo es posible.
Viajo, viajaré, viajaba,
palabras que son curiosas,
emociones conjugadas.
Viajar, viajero, viajante,
declinaciones hermosas
palabras enamoradas.
El verbo viajar es mi amante
nerviosa que siempre me espera.
Esperas en estaciones,
puertos y terminales.
Reencuentros y despedidas.
Esperas acompañadas
de libros y auriculares.
Llantos, abrazos
y besos de bienvenida.
Sentado en el tren, prefiero
mirar por la ventanilla,
con mis ojos de viajero,
luz, paisaje y geografía.
Observar por la ventana
del avión que sube, el nacer
de la mañana y el sol que estalla
tras una nube.
D.F., Atenas, Lisboa
los glaciares del montblanc
y el desierto de Marruecos.
Egipto, Islandia y Nepal.
Viajar cada vez más lejos,
Y en mi cápsula espacial
surcar los siete universos,
y al llegar al más allá
del infinito —¡qué placer!—
atrapar con mi mano
el bigbang, sacudirlo
y ponerlo del revés.
Descender hacia las profundidades
y observar las chimeneas
donde nacen las bacterias
en los fondos abismales.
Viajar no es hacer turismo.
Comenzamos el trayecto
y no sabemos quién somos.
Por extraños mecanismos
en nosotros algo pasa,
nos hace cambiar por dentro
y regresamos a casa
sin volver a ser los mismos.

Comenzamos a viajar
y no sabemos quién somos.
Por extraños mecanismos
en nosotros algo pasa,
por dentro, nos hace cambiar
y regresamos a casa
sin volver a ser los mismos.

Eduardo de la +

Fotografía

Estamos del revés
nuestras manos son de arena
de salitre, nuestra piel
a lo lejos una bola
de helado de naranja
se derrite.
Parece tan sencillo
caminar sobre la mar
y tocar el horizonte
con la yema de mis dedos
la línea que separa
de lo terrenal,
lo celeste azul, lo celeste cielo
línea que al tocarla vibra
igual que tú, aquel día
como la cuerda de un violín
orgásmica sinfonía.
Cuerpos que se elevan
tardes que descienden
almas que se besan.
Prueba una vez
y otra
y otra
y otra vez
el momento que se viene
romántica litografía
la respiración se aguanta
el músculo se tensa
y el tiempo se detiene.

Fotografía.

Si esta vez sí, esta vez siempre.
Verano prolongado, verano inagotable
guardado en los adentros
verano interminable, verano permanente
un quiero cerca eterno.
Si esta vez sí, ¿entonces siempre?
Promesas convertidas en poemas
promesas derretidas como alas
y una pregunta suena,
en mi cabeza, recurrente,
sin respuesta, ¿de verdad es tan difícil
caminar sobre las aguas?

Eduardo de la +

Quizá regrese esta noche

Quizá regrese esta noche.
Esta noche sí, quizá.
Y remita esta lluvia interminable,
que ya no sé si es lluvia o llanto,
este caer eterno de agua y melancolía,
el cielo deshaciéndose sobre este manto
de hojas amarillas, ramas rotas y caminos vacíos.
Y los vientos dejen de silbar
y dejen de traer y de llevar
y dejen de buscar
entre los árboles desnudos y sequen,
          por fin,
la humedad de la corteza,
la humedad de mis huesos.
Esta noche quizá regrese.
Y los grillos harán fiesta,
y el ulular de los búhos será una sinfonía,
y las hojas del suelo se pintarán de verde
y volverán a los árboles,
y la lluvia se sentirá piel y sabor dulce,
y la noche sonará a luz y será sol,
y el camino se llenará de ti.
Quizá esta noche regreses.
Esta noche quizá, sí.

Eduardo de la +

Costumbres

Por la noche, yo acostumbro
cuando duermo a dejar
la luz de mi cuarto encendida,
la cortina sin echar, entreabierta,
y ver la luz de la farola reflejada en la ventana.
Acostumbro a no cerrar la puerta.
En el pasillo, siempre pongo unas migajas,
un camino, como un rastro,
y sobre un plato, los gajos de unas naranjas
que compré por la mañana en el mercado.
Un vaso de agua fresca en la mesilla,
junto al móvil encendido,
con el volumen bien alto,
por si llamas y estoy dormido.
Tu pijama limpio y doblado bajo la almohada
con olor a flor y a suavizante
y en tu lado de la cama,
un espacio y su vacío,
amante que me acompaña
desde el día en que te fuiste
y me dejaste aquí, conmigo
            y mis asuntos.
Ya ves, así son las costumbres
sin tu calor en mis sábanas.
Lo hago cada noche, y luego, en las mañanas
me miro en el espejo y me pregunto
si la luz nunca apagada,
si la persiana subida,
si los gajos cortados,
si las migajas echadas,
si el agua fresca vertida,
si tu pijama doblado,
si estos versos que ahora escribo,
¿habrán servido de algo?
Y cuando quieras volver
que te muestren el camino.
Y encuentres, al regresar,
que no cambié nada de sitio
y todo sigue en su lugar.

Eduardo de la +

Verbos intransitivos

Siempre intento amar
de manera intransitiva.
Escribir una oración sin complemento
con sujeto, verbo y predicado,
construida en voz activa.
Amar como vocación, verbo cierto,
cuya acción no se proyecta
sobre un objeto directo.
Amar desde dentro y hacia fuera
como quien mira un paisaje
al llegar la primavera.
Amar desde fuera y hacia dentro,
como un suspiro, una sorpresa
que nos deja sin aliento
y nos llena el alma de colores.
Amar, sí, amar.
       Amar en mil direcciones.
                Amar y volver a amar.
Amar, una y otra vez,  
—de manera intransitiva—
como el verbo respirar, con el permiso
de una brizna de aire puro.
Partir
          sin previo aviso.
Iluminar una estancia
donde antes todo era oscuro
y difuminar los límites
entre nosotros y el mundo.
Chocar
          como una ola que, al morir,
no se esconde, sino que vuelve
a ser mar y océano y cántaros
                                        de lluvia.
Partir
          sin saber a dónde.
Anidar
          como los pájaros,
en las ramas de algún árbol
y, al crecer, volar un cielo limpio
o navegar una tormenta,
pero nunca más
                            volver.
Mentir
          y hacerlo con piedad
como sin darse ni cuenta
sin maltratar la verdad.
Llorar lágrimas
          de tristeza un día,
agua salada que me recorre la cara;
pero al pasar de las páginas
la historia manchada de pena,
se convierte en alegría.
Bailar
          swing toda la noche
hasta tener agujetas,
empapados de sudor, y después
ya en tu cama, en tu regazo
inflamarnos con amor
                                  y, al terminar,
mirar la luna y las estrellas
a través de la ventana, rodearte
con mi brazo, dormirnos, soñar
con ellas, acariciarte y, sin prisas,
esperar a la mañana.
Bromear
          y despertarnos con un beso,
entre arrumacos y risas.
Podría seguir así —como ejemplo—
usando un verbo tras otro,
verbos que no tienen complemento
o tienen el complemento roto.
Verbos que atraviesan el objeto y lo superan.
Así entiendo yo el verbo amar,
un amar sublime, despacio y lento,
una acción que se proyecta al infinito, sin medida,
y al llegar en un momento a los confines y expandirse,
rellena todo el espacio de vida.
Un amar intransitivo
que amar —quiera o no quiera—
siempre comienza y amar
siempre termina contigo.

Eduardo de la +

Soneto de una noche de verano

Si caigo en un recuerdo de verano
la luna reflejada en cloro y jungla
alberca de ilusiones en penumbra
de charlas y cervezas en la mano.

Charlas, noche y tiempo detenido,
años y recuerdos de futuro,
proyectos dibujados sobre un muro
blanco, la vida abriéndose camino.

Voces que se arrugan en silencio,
noches que se guardan en el alma,
amigos que se viven con aprecio.

Sonidos que se escuchan en la calma,
el corazón y la distancia. Y el misterio
del sol que siempre sale en la mañana.

Eduardo de la +
Orillas de luz y geometría

Orillas de luz y geometría

Noche de atención
     excedida y agitada.
Fin de la novela,
últimos naufragios de mar confesional,
    decorado e interior.
Novela lírica,
entrañas de un escritor,
cincel dorado y puntillista.
Tiempo intermitente,
    frecuencia invernal,
        geometría ennochecida,
orilla oscura
del día que termina,
zozobra de un alma
sugerida y sugerente.
Páginas concéntricas cerrándose
sobre sí mismas,
descanso merecido y diletante,
espera de figuras,
    guindas y requiebros de lenguaje.
Sintaxis adornada de memoria,
arquitectura tipográfica.
Semántica mimada
de caprichos y colores.
Costas alcanzadas de arena,
aroma nubeloso de algodón.
Metamorfosis de éter,
    ojos aguilados.
Bosques horizontales de lexemas,
                            caricias cantadas.
Hojas de literatura perenne,
            rectangular y profética.
Palabras salientes,
untadas y engendradas,
guardadas en memoria
de buhardilla,
    vertical y descendida.

Eduardo de la +