Ayer todavía era mañana

Ayer todavía era mañana

Una novela que regresa a casa para escuchar a la madre mientras cose el tiempo. Una novela que es también —tal vez, por encima de todo— el encuentro con la madre, el regreso lírico a la madre, el abrazo a la memoria de una infancia que ya sucedió. Una novela donde recuerdo, realidad, ficción y poesía naufragan en el mismo mar y se entremezclan, quizá para descubrir que estuvieron siempre juntos de alguna forma.

Tic—tic, tic—tic…

En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y medito.

                           Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic—tic, olvidado
por repetido, golpea.

Tic—tic, tic—tic… Ya te he oído.
Tic—tic, tic—tic… Siempre igual,
monótono y aburrido.

Tic—tic, tic—tic, el latido
de un corazón de metal.

En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo?  No.

En estos pueblos se lucha
sin tregua con el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.

Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?

Antonio Machado

Sabe esperar…

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.

Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

Antonio Machado