A UNA TRANSEUNTE

A UNA TRANSEUNTE

Ernesto García sucumbió a la fantasía en la mañana de un martes cualquiera. Bien sabía él que la vida sin ilusión era una vida en blanco y negro. Una vida mate, desenfocada, como una pizza sin ingredientes, como un túnel de autopista, como un domingo lluvioso sin ventana. La mañana era industrial y rutinaria, sin adornos, con sabor a comida recalentada. Fue sentado en el último vagón de aquel tren cotidiano que tomaba cada día, envuelto en una gabardina gris y con un maletín gastado sobre sus piernas, cuando su mirada la descubrió.