La hora del paseo

Un hombre que ha salido con su perro,
un hombre que ha salido muy temprano,
que pasa por delante de la mar
sintiéndose distinto a la mañana
anterior, repitiendo sin embargo
cada paso de ayer, como una máquina.
Se ignora si es la bestia quien lo lleva,
o si en cambio conduce el ser humano;
o si se necesitan mutuamente
como se necesitan con urgencia
los amantes los sábados.
Amanece despacio y alguien grita
sin que nadie pregunte ni responda.

Y es que sólo hay un hombre paseando,
no arrastra tras de sí ningún dolor,
no representa nada, no es un símbolo
de ningún tipo, no es una metáfora
de la pena y la angustia de vivir,
hay poemas mejores para aquello.

Aquí sólo hay un hombre que ha sacado
a su perro a la calle unos minutos.
Que pretende volver en cuanto pueda
a la cama a seguir imaginando
que el perro se le muere, que de pronto
se le destina a un sitio donde nadie
entienda una palabra en castellano.
Un sitio sin correas. Eso piensa
el hombre que pasea con su perro,
el hombre que ha salido tan temprano
porque le aterroriza que otros hombres
puedan interrogarle con preguntas
sobre la raza y sobre las costumbres
del animal que tiene amordazado,
mientras sale a la calle con su perro
aburrido del mundo, junto al mar,
y piensa que ha vivido muchos años
y que ha sido feliz muy pocas veces,
y que ha tenido varios perros buenos
pero sólo un amor, y ese fue malo.

Ben Clark

I

Porque se oyera siempre el mar como aquel día …
¿Qué corazón pudiera yo brindarle al mar
porque se oyera como lo oí, mío y compartido,
mar de azul que no acaba, oh mar azul que sangro?

Un mar que tuvo voz para contarme a solas
tanta historia caliente de cuerpos en el agua,
que es del mar y no es del mar, que lo es del cielo,
y nunca baja al mar, aunque esté dentro.

¡Qué sed tengo de ti, cómo quiero beberte
desde tus propias fauces, en el umbral de entonces!
Búscame, yo te llevo, hazte mío y tómame
como tomas las barcas y las orillas trémulas.

Carmen Conde

Ante ti

Porque siendo tú el mismo, eres distinto
y distante de todos los que miran
esa rosa de luz que viertes siempre
de tu cielo a tu mar, campo que amo.

Campo mio, de amor nunca confeso;
de un amor recatado y pudoroso,
como virgen antigua que perdura
en mi cuerpo contiguo al tuyo eterno.

He venido a quererte, a que me digas
tus palabras de mar y de palmeras;
tus molinos de lienzos, que salobres
me refrescan la sed de tanto tiempo.

Me abandono en tu mar, me dejo tuya
como darse hay que hacerlo para serte.
Si cerrara los ojos quedaría
hecha un ser y una voz: ahogada viva.

¿He venido, y me fui; me iré mañana
y vendré como hoy …? ¿Qué otra criatura
volverá para ti, para quedarse
o escaparse en tu luz hacia lo nunca?

Carmen Conde