La vida de los peces
Un exitoso hombre de negocios estaba disfrutando de una merecida semana de vacaciones en una paradisíaca zona de costa. Al tercer día sintió curiosidad por un pescador local al cual había estado observando.
Un exitoso hombre de negocios estaba disfrutando de una merecida semana de vacaciones en una paradisíaca zona de costa. Al tercer día sintió curiosidad por un pescador local al cual había estado observando.
La naturaleza me equipó con unos ojos bonitos y una mente analítica. De los primeros siempre he disfrutado y sacado provecho; de la segunda me ha llevado algo más de tiempo acostumbrarme y darle un uso adecuado. Una mente observadora y deductiva, analiza todo lo que ocurre a su alrededor y saca conclusiones.
Un instante mágico, a mitad de camino en el transbordo de una estación de metro. Vislumbro un ejército de personas que caminan con la cabeza agachada. Autómatas en silencio. Luz artificial de halógenos. Voy con paso firme, camino de mi destino. Suena un violín, melodía dulce. Sonrío. La música me inspira complicidad. Se eleva entre las siluetas inanimadas. Me detengo a escuchar con todo mi cuerpo. El sol me espera fuera. Una pausa en el camino. Puedo esperar, sé a dónde me dirijo.
Los peugeot 309 blancos, la canción pictures of you de the cure, las marcas en la pared del postigo, el camino de tierra hacia el río desde la casa de mi tía, y sus moras, las bicicletas de carreras orbea, la tortilla de patatas de mi madre, las baldosas feas y frías de filigranas blancas y negras, el tazón de plástico azul sin asa, la encimera de formica de color verde oscuro, los querubines de mirada indiferente de la madonna…
Me gusta medir el tiempo de las cosas en escalas propias e inventadas, que nada tienen que ver con segundos ni minutos. Mi cafetera tarda en calentarse el tiempo justo en el que se toca el preludio número uno de Bach al piano.
A veces me siento como el gato de Schrödinger. Muerto y vivo a la vez. En el experimento imaginario, al pobre gato se le encierra en una caja de madera opaca, junto con un bote de cianuro y un detector de electrones.
No me gusta la leche desnatada con el café. Detesto escribir por el whatsapp mientras camino. No me gustan los cepillos de dientes sin tapa. No me gusta el olor a coliflor cocida. No me gusta pisar el césped descalzo. No me gusta el alarmante sonido del cercanías cuando anuncia el cierre de puertas. Odio despertarme con sueño en mitad de la noche.
Los cajones de la casa de mis padres son fascinantes. Son como viajes en el tiempo. Cada vez que abro uno me sorprende no encontrar lo que había años atrás; en la época en la que yo vivía allí.
Una amiga mía, nada más terminar de leer la primera parte de esta entrada (Change I), me dijo taxativamente: «me gusta lo que dice, pero yo creo que las personas no cambian».
Cuando escucho a alguien decir que «la gente no cambia» me entran escalofríos. Cada célula de nuestro cuerpo se regenera, en promedio, cada siete años. Cabello, ojos, hígado, corazón,… todo se renueva. Increíble.
Ya es demasiado tarde. El tiempo se ha agotado. No cabe esperanza alguna. No existe ya posibilidad ninguna. Nada de lo que pueda hacer cambiará las cosas. No hay solución posible.
Las mejores cosas en mi vida siempre me han ocurrido en compañía. Siempre me he considerado una persona independiente, capaz y cuidadoso —o más bien, perezoso— de involucrar en mis objetivos a otras personas.
Todas las semanas, además de las cartas, me escapaba una o dos veces por semana para realizar una llamada interurbana. Decir llamada interurbana en aquella época era como nombrar al diablo.
No he tardado mucho en encontrar uno. Llevo un par de días con el pendiente de enviar una carta por correo postal, también llamado correo ordinario, creo. Aunque de ordinario, en su acepción de suceso habitual, tiene ya poco.
Serían principios, o incluso mediados, de la década de los 90. Mi «yo» actual aún no existía. Se empezaban a definir las líneas de un anteproyecto de mi, algo alejado, debo decir, de en lo que me he convertido.
Hay una aplicación para el iphone que me tiene loco. Ouh yeah! Una canción que suena en la radio del coche, la música de fondo de un anuncio de televisión, música que suena de repente, y te gusta, te cautiva, o simplemente despierta tu curiosidad, pero no tienes ni la menor idea de qué canción se trata. Con tan sólo diez segundos de escucha, esta aplicación es capaz de averiguar título, autor, intérprete, año de creación, etc. Diez segundos, ¡wow! Una especie de mozart digital con el oido más fino y delicado del universo.
Mi «mejor amigo» (sí, ya se que es un término más propio de épocas adolescentes), me regaló un libro hace unos años. Tenía dos ejemplares en su casa, porque su madre y él lo compraron ambos sin consultarse. «Cuando leí este libro me acordé de ti» —me dijo.
Empezar a vivir juntos. Fijar la fecha de la boda. En los últimos dos años, se han sucedido las noticias relacionadas con parejas amigas mías. Cada una de estas noticias es la culminación del amor, de una historia de amor, más o menos larga, más o menos intensa, más o menos especial. Es como si hubiesen conseguido llegar, juntos. Pero llegar, ¿a dónde?