Libros para escritores

Libros para escritores

Tres libros de gente que es escritora sobre sus sensaciones y rutinas a la hora de escribir. Sólo para frikis.

De qué hablo cuando hablo de escribir (Murakami, 2017)

«Las grandes novelas están construidas en cierto sentido de esa manera. No es tan importante la calidad de los materiales en sí. Por encima de cualquier otra consideración, deben provocar una especie de magia. Si solo disponemos de materiales sencillos, cotidianos, de palabras no demasiado complicadas, pero todo ello encierra ese halo mágico, podemos llegar a construir con nuestras propias manos máquinas complejas y sorprendentes.» (pg. 121)

«Si el tiempo transcurrido entre el conocimiento de cierta información y la conclusión a la que llegamos se acorta, convirtiéndonos ede ese modo en meros comentaristas de la actualidad, el mundo se transforma en algo áspero, sin márgenes… En las encuestas demoscópicas siempre existe la alternativa del ‘no sabe/no contesta’.» (pg. 116)

«Durante mucho tiempo no llegué a entender lo que de verdad significaba para mí el hecho de correr a diario… Aparte de los beneficios físicos había algo aún más importante que no entendía exactamente… Era una intución, digamos, un tanto vaga, pero no poer ello menos intensa y real…» (pg. 173)

«La mayor ayuda  que tuve en mi época de estudiante me la proporcionaron algunos amigos íntimos y los libros.» (pg. 207)

«…estaba tan inmensamente aburrido que lo único que quería era no aburrirme nunca más en toda mi vida. Me lo propuse con todas mis fuerzas, pero en esta vida el aburimiento parece caer del cielo, brotar de la nada.» (pg.209)

Zen en el arte de escribir (Ray Bradbury, 2002)

«Las personas eran dioses y enanos y se sabían mortales y por eso los enanos caminaban empinados para no incomodar a los dioses y los dioses se encorvaban para que los pequeños se sintieran a gusto. Y al fin y al cabo, ¿no consiste en eso la vida, en la capacidad de dar un rodeo y meterse en las cabezas de los otros para mirar el condenado milagro y decir: ¡vaya!, o sea que vosotros lo véis así? Bien, pues lo tendré en cuenta.»

«He aquí, pues, mi teoría. Los escritores andamos en lo siguiente:
Construimos tensiones que apuntan a
la risa, luego damos permiso y la risa
surge.
Construimos tensiones que apuntan a
la pena y al fin decimos Llorad con la
esperanza de que el público rompa en
lágrimas.
Construimos tensiones que apuntan a
la violencia, encendemos la mecha y
salimos corriendo.
Construimos las extrañas tensiones
del amor, donde tantas de las otras
tensiones se combinan para ser
modificadas y trascendidas, y
permitimos que fructifiquen en la mente
del público.
Construimos tensiones, en especial
hoy en día, que apuntan a la repulsión y
luego, si somos buenos, talentosos,
observadores, permitimos que el
público sienta náuseas.
Cada tensión busca su fin, descarga
y relajación propios y adecuados. Se
concluye que, estética y prácticamente,
toda tensión ha de ser liberada alguna
vez. Sin esto cualquier arte queda
incompleto, a medio camino de su
objetivo. Y en la vida real, como
sabemos, el fracaso en aflojar una
tensión particular puede llevar a locura.»

«A las ideas hay que tratarlas
como a los gatos: hacer que ellas nos
sigan. Si usted intenta acercarse a un
gato y levantarlo el animal no lo dejará.
Tiene que decirle: «Bueno, vete al
diablo». Entonces el gato se dirá: «Un
momento, éste no se parece a la mayoría
de los humanos». Y luego, por
curiosidad, se pondrá a seguirlo: «Vaya,
¿a ti qué te pasa que no me quieres?».
Pues bien, con las ideas ocurre lo
mismo. ¿Se da cuenta? Uno dice: «Al
diablo, no hace falta que me deprima.
No hace falta que me preocupe. No hace
falta que empuje. Las ideas me seguirán.
Cuando bajan la guardia y están listas
para nacer, me doy vuelta y las atrapo».»

«Antes que nada, echemos una larga
mirada a TRABAJO, esa palabra
levemente repulsiva. Sobre todo, es la
palabra alrededor de la cual girará la
carrera de ustedes durante toda la vida.
Empezando ahora, cada uno de ustedes
debería volverse no un esclavo, término
demasiado mezquino, sino un socio.
Cuando consigan que la existencia y el
trabajo sean experiencias copartícipes,
la palabra perderá su aspecto repulsivo.
Dejen que me detenga aquí un
momento a hacer unas preguntas. ¿Por
qué en una sociedad de herencia
puritana tenemos hacia el trabajo
sentimientos tan ambivalentes? No estar
ocupados nos da culpa, ¿verdad? Pero
por otro lado, si sudamos en exceso nos
sentimos manchados.
Sólo puedo sugerir que a veces nos
inventamos un trabajo, una actividad
falsa, para no aburrimos. O, peor aún, se
nos ocurre trabajar por dinero. El dinero
se vuelve el objetivo, la meta, el fin y el
todo. Y el trabajo, importante sólo como
medio para ese fin, degenera en
aburrimiento.
¿Cómo puede sorprendemos que lo
odiemos tanto?»

«A la vez el mentiroso comercial, en
su nivel, piensa que si él se tuerce, es
porque el mundo está inclinado; ¡todo el
mundo camina así!»

«Las palabras TRABAJO, RELAJACIÓN y NO PENSAR, u otras
parecidas, aparecen bajo diferentes
aspectos y en marcos diversos.
Yo no sabía nada del zen hasta hace
unas semanas. Lo poco que sé ahora, ya
que quizá los intriguen las razones de mi
título, es que también en este rubro, el
arte de la arquería, tienen que pasar
largos años para que uno aprenda la
simple acción de tensar el arco y
colocar la flecha. Luego otros de
preparación para el proceso, a veces
tedioso y enervante, de permitir que la
cuerda se suelte y la flecha se dispare.
La flecha debe volar hacia un objetivo
que nunca hay que tener en cuenta.
No creo, después de un artículo tan
largo, que deba mostrarles aquí la
relación entre el tiro con arco y el arte
del escritor. Ya les he advertido que no
piensen en objetivos.
Hace años, instintivamente, descubrí
el papel que debía desempeñar el
Trabajo en mi vida. Hace más de doce,
en tinta roja, a la derecha, escribí en mi
escritorio las palabras ¡NO PENSAR!
¿Me reprocharán ustedes que, en fecha
tan tardía, me haya encantado topar con
la verificación de mi instinto en el libro
de Herrigel sobre el zen?
Llegará un día en que sus personajes
les escribirán los cuentos; un día en que,
libres de inclinaciones literarias y
sesgos comerciales, sus emociones
golpearán la página y contarán la
verdad.
Recuerden: la Trama no es sino las
huellas que quedan en la nieve cuando
los personajes ya han partido rumbo a
destinos increíbles. La Trama se
descubre después de los hechos, no
antes. No puede preceder a la acción. Es
el diagrama que queda cuando la acción
se ha agotado. La Trama no debería ser
nada más. El deseo humano suelto, a la
carrera, que alcanza una meta. No puede
ser mecánica. Sólo puede ser dinámica.
De modo que apártense, olviden los
objetivos y dejen hacer a los
personajes, a sus dedos, su cuerpo.
No se contemplen el ombligo,
entonces, sino el inconsciente, y con eso
que Wordsworth llamó «sabia
pasividad». Para solucionar sus
problemas no les hace falta recurrir al
zen. Como todas las filosofías, el zen no
hizo sino seguir las huellas de hombres
que aprendieron por instinto lo que era
bueno para ellos. Todo tallista, todo
escultor que esté a la altura de su
mármol, toda bailarina ponen en
práctica lo que predica el zen sin haber
oído nunca esa palabra.
La sentencia «Sabio es el padre que
conoce a su hijo» debería parafrasearse
en «Sabio es el escritor que conoce su
inconsciente». Y que no sólo lo conoce
sino que lo deja hablar del mundo como
sólo ese inconsciente lo ha sentido y
modelado, como verdad propia.
Schiller aconsejó a los que fueran a
componer que retirasen «a los
guardianes de las puertas de la
inteligencia». Coleridge lo expresó así:
«La naturaleza torrencial de la
asociación, a la cual el pensamiento
pone timón y freno».
Para acabar, como lectura
suplementaria a lo que he dicho, «La
educación de un anfibio», de Aldous
Huxley, en su libro Mañana y mañana y mañana.
Y, libro realmente bueno, Haciéndose escritor
, de Dorothea Brande; se publicó hace muchos años
pero explica muchas de las maneras en
que el escritor puede descubrir quién es
y cómo volcar en el papel la materia
interior, a menudo mediante la
asociación de palabras.
Y ahora díganme, ¿he sonado como
una especie de cultista? ¿Como un yogui
que se alimenta de naranjitas chinas,
pasas de uva y almendras a la sombra
del baniano? Permítanme asegurarles
que si les hablo de todo esto es porque
durante años ha funcionado para mí. Y
creo que quizá les funcione a ustedes. La
verdadera prueba está en la práctica.
Por eso sean pragmáticos. Si no están
contentos con su escritura, bien podrían
darle una oportunidad a mi método.
Creo que encontrarían fácilmente un
nuevo sinónimo de trabajo.

Es la palabra AMOR.»

«¿Qué piensa usted del mundo? Usted,
prisma, mide la luz del mundo; ardiente,
la luz le pasa por la mente para arrojar
en papel blanco una lectura
espectroscópica diferente de todas las
demás.»

La práctica del relato (Ángel Zapata, 1997)

El libro se estructura en cuatro apartados, a saber, 1º naturalidad (estilo), 2º visibilidad (viñetas y cocodrilos), 3º continuidad (repetir lo que importa) y 4º personalidad.

«Visto desde este ángulo, no deja de resultar insólito que una persona cualquiera esté dispuesta a malgastar su tiempo en escuchar tales embustes. Después de todo ¿cómo es posible que pueda interesarnos leer una historia de la que ya sabemos de antemano que es mentira? ¿habéis pensado alguna vez por qué nos gusta leer ficciones?

La pregunta está lejos de ser ociosa. Tanto es así, que ni siquiera tiene una respuesta única. En el afán de contestarla, algunos teóricos necesitan remontarse a la propia naturaleza del hombre y colocar en ella -junto al hambre y la sexualidad- un tercer instinto que sería el instinto del juego. Contar cuentos es un modo de jugar; … la especie humana se destaca del reino animal tanto por el conocimiento, como por el papel que desempeña el juego en nuestra vida. El hombre es «homo sapiens» y «homo ludens»; o lo que viene a ser igual, el hombre es el animal que juega.»

«La diferencia que hay entre ‘decir’ y ‘mostrar’: explicar al lector algún dato de la historia, o hacérselo tangible a través de una acción.

«…en estas primeras etapas del aprendizaje artístico no dejéis de chequear cada texto, subraayando todas las palabras concretas, visibles, plásticas y que hayáis empleado en él.»

«Si os fijáis bien… ¿cuándo notáis que un libro empieza a ‘engancharos’?»

«Viñetas, acciones, detalles, cocodrilos… espero que a partir de ahora os resulte más fácil dar visibilidad a vuestros textos, y de este modo interesar a vuestros lectores.»

«Repetir lo que importa. La continuidad de un texto narrativo depende de la redundancia… ¿Cómo sabemos entonces que una repetición es necesaria y otra no?… No importa repetir, si se repite lo que importa.»

«…el texto literario es algo así como un arbusto de palabras, donde la redundancia forma el tronco y las ramas; y los datos nuevos, las hojas y los frutos.»

«La naturaleza es sabia porque dice lo mismo muchas veces, y el secreto de toda creación consiste en ponerse pesado.»

Otro libro bien interesante que trata el tema del arte de escribir es este de Dorothe Brande, que he resumido en esta entrada.

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