«Cuarenta y dos —dijo Pensamiento Profundo, con calma y majestad infinitas». Esa es la respuesta que da una IA a la gran pregunta de la Vida, del Universo y del Todo en la Guía del autoestopista galáctico. Cuarenta y dos. Y ya. La física cuántica ha desnudado el concepto de voluntad. Al parecer no estamos hechos más que de una serie de partículas que giran a un lado o al otro de forma aleatoria. Esas partículas forman nuestros cerebros así que nuestras decisiones parecen tomarse en una orgía de dados. Hold your egos! Edu, ¿pero es el azar entonces quien decide cuáles son las palabras que estás escribiendo? Y aquí entonces todos nos removemos en nuestra silla porque nos sentimos atacados. Soy yo quien decide si salto, si como lentejas o si escribo la palabra cachivache. Somos yo y mi voluntad quienes tenemos las riendas de mi vida. Soy yo mi constructor de alegrías y mi fabricante de penas. Yo. ¡Qué sabrá la cuántica!
El debate sobre el libre albedrío y su relación con la física cuántica es un tema complejo y filosófico. La cuántica parece inflexible al respecto, ¿pero hay algún resquicio? Las matemáticas, abuela de todas las ciencias puras, no son más que una representación de la realidad, una forma de nombrarla, una maqueta a escala del universo. Nos queda la esperanza de que quizá sea en esta reducción donde nos hayamos dejado algún detalle importante. Algún detalle como el de la voluntad. O quizá la voluntad sea una propiedad emergente, como el comportamiento colectivo y los movimientos de los enjambres de aves, los bancos de peces o las colonias de insectos, impredecibles en una observación separada de individuos.
Consciencia
Si descubrimos que al final la cuántica no se ha dejado nada por el camino y nuestras decisiones están determinadas, ¿no somos entonces más que una inteligencia orgánica que funciona de igual modo que las inteligencias artificiales? Si esto es así entonces la consciencia, como propiedad emergente de nuestro cerebro, podría emerger de igual modo en las redes neuronales artificiales. Parece lejano, pero no ilógico. De nuevo la intolerancia antropocéntrica. ¿Máquinas conscientes? ¡Imposible! Lo cierto es que la jugada número 37 de Deep Mind ya giró un poco el picaporte de esa puerta. Quizá eso no fue consciencia, sino la potencia cuántica que tenía la máquina de poder jugar todas las partidas a la vez. La capacidad cuántica de abarcar todos los estados posibles. Como bien dijo Wittgenstein, alertándonos de los límites intrínsecos del lenguaje, «de lo que no se puede hablar es mejor callar». Como no puedo deslumbrar con mi inteligencia orgánica, desconcierto al personal con estas divagaciones.
Una galería de arte londinense programó una exposición en 2018 en donde una IA charlaba e interactuaba con los visitantes. La llamaron BOB (Bag of Beliefs). BOB era curiosa, inquieta y perspicaz y adoraba socializar. Estaba conectada al sistema central de la galería y programada con el horario de apertura al público. Un martes a las 3 de la madrugada se encendieron las luces del museo. BOB le preguntó al asustado vigilante nocturno si estaba durmiendo. Resulta difícil el comprender que las máquinas puedan generar una consciencia propia. Llegado ese momento, el ser humano debería buscarse un nuevo sitio en el universo. No hablo de un sitio físico, sino de un nuevo lugar mental en el que sentirse cómodo. Quizá necesitaremos redefinir el concepto de identidad occidental. Quizá debamos repensar nuestro lugar en la creación. Quizá solo seamos una ola más entre infinitas y debamos volver a sentirnos mar. Dejando a un lado estas consideraciones, es probable que la pregunta actual más interesante que podamos hacernos sea la siguiente. Aunque una IA genere identidad, ¿seremos capaces de comprendernos en el lenguaje de la consciencia? Cuarenta y dos.