Sería años después cuando esa ventana se convertiría en puerta y me invitaría a recorrer un camino fascinante lleno de magia a base de trabajo, mucho, emocional, crecimiento multidimensional y aprendizaje constante. Camino que, una vez iniciado, es imposible desandar ni detenerse, como si de un salto en paracaídas se tratase o de un bote abierto de nocilla. Fue en un bar en Playa, con música en directo, El Kitchen, donde se cocinó mi nuevo «yo» o, más bien, donde despertó. Fue C. quien pronunció las palabras mágicas: «ego death».
La vida te da todo lo que necesitas, no más, en el momento que lo necesitas, no antes. Empecé a hurgar, curioso, sobre ese concepto y descubrí cuán equivocado había sido mi concepto de ego hasta ese momento. Una mente descontrolada, egocéntrica y reactiva, incapaz de callarse, llena de pensamientos, recurrentes en muchos casos, y emociones impulsivas. El arquetipo del mono loco dirigiendo mi forma de ser y de afrontar mis días y circunstancias.
«Solo cuando me encontré,
empecé a buscarme.»
Poco a poco fui entendiendo mejor lo que siempre había estado frente a mí. Rascaba e investigaba el concepto, que se me mostraba como una imagen vectorial, que no pierde detalle ni resolución por mucho zoom que se le aplique, al contrario. Como un fractal donde sumergirse de manera infinita y recursiva. Y llegó a mis manos —no recuerdo bien cómo—, el libro del impronunciable Thich Nhat Hanh. Fue como si un trastero, durante años inaccesible y amontonado, se limpiase y ordenase solo. Dejar de buscar para encontrar; o encontrar, para empezar a buscar. Dejar de desear para obtenerlo todo. Perder el rumbo para encontrar el camino; porque no todo el que anda sin rumbo, está perdido. Sustituir relojes por brújulas. Acomodarse en el asiento del tren y empezar a disfrutar del paisaje mostrado por la ventanilla, ligero de equipaje, sin importar el destino.
Las enseñanzas budistas de este libro regaron las semillas plantadas por el Bhagavad Gita y dieron como fruto una nueva forma dinámica, flexible y expansiva de entenderme. Una forma en constante evolución, crecimiento y aprendizaje. Como el electrón que adquiere velocidad antes de saltar de su órbita. Y ese es el objetivo, saltar a órbitas superiores de conciencia y desarrollo personal. Y más allá. Transformar nuestra estructura interior de un modo imprevisible y creativo que nos permita adentrarnos en dimensiones inexploradas.
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