¡Amo tlahueliltiqueh!

¡Amo tlahueliltiqueh!

“En
llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón, puro y solo”.
Octavio Paz

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Embriagados de oro, mujeres y licor, no lo han visto venir. Siempre sucios y violentos, con sus pieles plateadas impenetrables y su aliento pestilente. Estos demonios salvajes que vinieron del mar en los estómagos de sus acallis inertes de madera, guiadas por los vientos de algún teoyocoyani vengativo. Son caprichosos, cogen todo lo que se les antoja, sin medida, sin permiso. Sueltan a sus itzcuintin de fauces monstruosas y los lanzan contra nosotros por el placer puro de ver cómo nos descuartizan, sin respeto alguno por la vida ni por la sangre. Son muertes vacías. Ni tan siquiera nos sacrifican ante su dios, un dios que nos quieren imponer, un dios que los ha abandonado a su suerte. Traen los dientes y el yolotli negros. Contagian, hacen enfermar y provocan delirios y sudores con solo tocarlos. Montan sobre bestias de cuatro patas que ríen, escupen y aplastan con facilidad las cabezas de los míos. ¡Los míos!

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Ya no sé quiénes son los míos. Yo, ne notoka Malinalli Tenepal, hija de príncipes, vendida por mi propia madre a otro pueblo, regalada como esclava a estos bárbaros. Yo, que estoy llamada a ser nantli de todos los mestizos. Mi única lacra es ser conocedora de lenguas. Estigma y vergüenza de mi propia raza para toda la eternidad. ¿Qué podía hacer yo más que aprender su lengua? Ellos, que ni siquiera saben pronunciar mi tocaitl, Malintzin. Ellos, que me han bañado en su religión con un nuevo nombre, Marina. No me reconoceré en los labios de mi hijo. Será su dios quien me utilice para esparcir tortura y sufrimiento. O acaso, para paliarlo. Sobre mí, solo desdicha y abuso. Y este hombre, Cortés, mi tecohtli, que llora desconsolado. Al menos hoy no me violará como tantas otras noches.

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Ayer, altivos. Hoy, tristes como la yohualli oscura. Las lágrimas malditas de mi amo riegan las raíces de este árbol viejo del agua. Un añejo ahuhuetl que no merece esos llantos. Un árbol cuya semilla recorrerá mares y vivirá por siempre solitaria al otro lado del océano, en la tierra de donde partieron estos incautos. Será su castigo, el exilio. Volverá y será dueño y señor, pero hoy, tocan lloros y lamento. ¡Choquilitzatzi! Lamento por la vanidad herida. Lamento por un ejército, arrasado, que se ahoga al fondo de la escena. Soldados que, atravesados por las flechas aztecas y degollados por sus tlaxotlahuiqui, se hunden en un lago teñido de rojo. Mueren ricos. Son incapaces de nadar con los bolsillos llenos de oro. Un oro que se hunde con ellos. ¿Quién puede escapar de la avaricia? Lamento, quizá, por un pueblo enemigo al que admira y que esta noche, con su victoria, ha sellado el inicio del fin de su esplendor.

     ¡Amo tlahueliltiqueh! Exiliados en su propia tierra, expulsados por sus vecinos, sometidos por todos aquellos a los que darán nombre. Mexicas. Ahuichayotin en busca de un hogar, solo les permitirán asentarse en una zona pantanosa y yerma, rodeada de cerros. Es ahí donde desplegarán su arte y su sabiduría. Un destello fugaz del esplendor de un continente al que se le ha hecho tarde. Crearán canales, construirán pirámides y someterán a sus hermanos bajo lanzas y tributos. Conquistadores conquistados. Hermanos que ahora son enemigos resentidos, llenos de envidia y resignación. Hermanos bastardos que se arrodillan antes Motecuhzoma Xocoyotzin, señor sobre todos los señores, titular de todas las américas, cuyo final es inminente. Caerá apedreado por los suyos. Hermanos llenos de odio que se ofrecerán como teyaotlanime bajo el mando del ejército invasor; unos pocos dioses llegados a las costas del este cuyas manos son capaces de lanzar truenos que hacen agujeros en las carnes. Dioses cuyo único mérito es canalizar frustraciones y enojos como líderes de una rebelión de pueblos indígenas. Pueblos que, una vez sometidos, aprenderán su lengua, practicarán su religión y ofrecerán a sus mujeres para formar una nueva sociedad. Todo eso sucederá a su debido tiempo, pero esa noche, solo se escuchan llantos y gritos. Los suspiros de los vencidos bajo el árbol y el júbilo de los vencedores. ¡Amo tlahueliltiqueh!

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