Letraheridos
Este sitio aloja un arca de recuerdos que sucedieron durante el curso académico 2021-22 en el aula C205 del Edificio Nuevo de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Este sitio aloja un arca de recuerdos que sucedieron durante el curso académico 2021-22 en el aula C205 del Edificio Nuevo de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid.
Por la noche, yo acostumbro
cuando duermo a dejar
la luz de mi cuarto encendida,
la cortina sin echar, entreabierta,
y ver la luz de la farola reflejada en la ventana.
Acostumbro a no cerrar la puerta.
En el pasillo, siempre pongo unas migajas,
un camino, como un rastro,
y sobre un plato, los gajos de unas naranjas
que compré por la mañana en el mercado.
Un vaso de agua fresca en la mesilla,
junto al móvil encendido,
con el volumen bien alto,
por si llamas y estoy dormido.
Tu pijama limpio y doblado bajo la almohada
con olor a flor y a suavizante
y en tu lado de la cama,
un espacio y su vacío,
amante que me acompaña
desde el día en que te fuiste
y me dejaste aquí, conmigo
y mis asuntos.
Ya ves, así son las costumbres
sin tu calor en mis sábanas.
Lo hago cada noche, y luego, en las mañanas
me miro en el espejo y me pregunto
si la luz nunca apagada,
si la persiana subida,
si los gajos cortados,
si las migajas echadas,
si el agua fresca vertida,
si tu pijama doblado,
si estos versos que ahora escribo,
¿habrán servido de algo?
Y cuando quieras volver
que te muestren el camino.
Y encuentres, al regresar,
que no cambié nada de sitio
y todo sigue en su lugar.
Siempre intento amar
de manera intransitiva.
Escribir una oración sin complemento
con sujeto, verbo y predicado,
construida en voz activa.
Amar como vocación, verbo cierto,
cuya acción no se proyecta
sobre un objeto directo.
Amar desde dentro y hacia fuera
como quien mira un paisaje
al llegar la primavera.
Amar desde fuera y hacia dentro,
como un suspiro, una sorpresa
que nos deja sin aliento
y nos llena el alma de colores.
Amar, sí, amar.
Amar en mil direcciones.
Amar y volver a amar.
Amar, una y otra vez,
—de manera intransitiva—
como el verbo respirar, con el permiso
de una brizna de aire puro.
Partir
sin previo aviso.
Iluminar una estancia
donde antes todo era oscuro
y difuminar los límites
entre nosotros y el mundo.
Chocar
como una ola que, al morir,
no se esconde, sino que vuelve
a ser mar y océano y cántaros
de lluvia.
Partir
sin saber a dónde.
Anidar
como los pájaros,
en las ramas de algún árbol
y, al crecer, volar un cielo limpio
o navegar una tormenta,
pero nunca más
volver.
Mentir
y hacerlo con piedad
como sin darse ni cuenta
sin maltratar la verdad.
Llorar lágrimas
de tristeza un día,
agua salada que me recorre la cara;
pero al pasar de las páginas
la historia manchada de pena,
se convierte en alegría.
Bailar
swing toda la noche
hasta tener agujetas,
empapados de sudor, y después
ya en tu cama, en tu regazo
inflamarnos con amor
y, al terminar,
mirar la luna y las estrellas
a través de la ventana, rodearte
con mi brazo, dormirnos, soñar
con ellas, acariciarte y, sin prisas,
esperar a la mañana.
Bromear
y despertarnos con un beso,
entre arrumacos y risas.
Podría seguir así —como ejemplo—
usando un verbo tras otro,
verbos que no tienen complemento
o tienen el complemento roto.
Verbos que atraviesan el objeto y lo superan.
Así entiendo yo el verbo amar,
un amar sublime, despacio y lento,
una acción que se proyecta al infinito, sin medida,
y al llegar en un momento a los confines y expandirse,
rellena todo el espacio de vida.
Un amar intransitivo
que amar —quiera o no quiera—
siempre comienza y amar
siempre termina contigo.
Si caigo en un recuerdo de verano
la luna reflejada en cloro y jungla
alberca de ilusiones en penumbra
de charlas y cervezas en la mano.
Pensé que sería uno más, uno de tantos. Esperaba que ella le echase la charla, la típica retahíla. «Son algo muy especial. Me acompañan desde la universidad. Prefiero que nadie los toque. Son delicados». Pero no. Llegó él, con descaro y decisión, hurgó entre nosotros con dos de sus dedos por unos instantes y me sacó de la estantería.
Los detuvieron por atentado al pudor. Y nadie les creyó cuando el hombre y la mujer trataron de explicarse. En realidad, su amor no era sencillo. Él padecía claustrofobia, y ella, agorafobia. Era solo por eso que fornicaban en los umbrales.
Lo cierto es que fueron años de arduo y pragmático aprendizaje, con lapsos de desalineamiento en los que estuvo a punto de desistir. Pero al fin triunfó la perseverancia y Raimundo aprendió a ladrar. No a imitar ladridos, como suelen hacer algunos chistosos o que se creen tales, sino verdaderamente a ladrar. ¿Qué lo había impulsado a ese adiestramiento? Ante sus amigos se autoflagelaba con humor: “La verdad es que ladro por no llorar”. Sin embargo, la razón más valedera era su amor casi franciscano hacia sus hermanos perros. Amor es comunicación.
Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.
La calle ensordecedora alrededor mío aullaba.
Alta, delgada, enlutada, dolor majestuoso,
Una mujer pasó, con mano fastuosa
Levantando, balanceando el ruedo y el festón;
Ágil y noble, con su pierna de estatua.
Yo, yo bebí, crispado como un extravagante,
En su pupila, cielo lívido donde germina el huracán,
La dulzura que fascina y el placer que mata.
Un rayo… ¡luego la noche! — Fugitiva beldad
Cuya mirada me ha hecho súbitamente renacer,
¿No te veré más que en la eternidad?
Desde ya, ¡lejos de aquí! ¡Demasiado tarde! ¡Jamás, quizá!
Porque ignoro dónde tú huyes, tú no sabes dónde voy,
¡Oh, tú a quien hubiera amado, oh, tú que lo supiste!
¿Qué voz viene sobre el sonido de las olas
que no es la voz del mar?
¿Será la voz de alguien que nos habla,
pero que, si escuchamos, calla,
precisamente por habernos puesto a escuchar?
Y sólo si, medio adormecidos,
oímos sin saber que oímos,
ella nos habla de la esperanza
hacia la que, como un niño
que duerme, durmiendo sonreímos.
Son islas afortunadas,
son tierras que no tienen lugar,
donde el Rey vive esperando.
Pero si andamos despertando,
calla la voz, y sólo es el mar.
Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas!…
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!
El poeta es un fingidor.
Finge tan completamente
Que hasta finge que es dolor
El dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe,
Sienten, en el dolor leído,
No los dos que el poeta vive
Sino aquél que no han tenido.
Y así va por su camino,
Distrayendo a la razón,
Ese tren sin real destino
Que se llama corazón.
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!…
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero…
—la tarde cayendo está—.
«En el corazón tenía
«la espina de una pasión;
«logré arrancármela un día:
«ya no siento el corazón».
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
La tarde más se oscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea
se enturbia y desaparece.
Mi cantar vuelve a plañir:
«Aguda espina dorada,
«quién te pudiera sentir
«en el corazón clavada».
A menudo, para divertirse, suelen los marineros
Dar caza a los albatros, vastos pájaros de los mares,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al barco que se desliza sobre los amargos abismos.
Apenas los arrojan sobre las tablas de cubierta,
Que estos reyes del azul, torpes y avergonzados,
Dejan que sus grandes alas blancas se arrastren
Penosamente al igual que remos a su lado.
Este viajero alado, ¡qué torpe y débil!
Él, otrora bello, ¡qué feo y qué grotesco!
¡Aquél quema su pico con una pipa,
Otro imita, cojeando, al inválido que una vez voló!
El Poeta se asemeja al príncipe de las nubes
Que frecuenta la tormenta y se ríe del arquero;
Exiliado sobre el suelo en medio de las burlas,
Sus alas de gigante le impiden ya marchar.
Como se puede observar, lo que estoy contando de los ordenadores, no son cosas acerca de los juegos divertidos, estos, solo son para cuando estes un poco cansado de los programas, de los archivos que has hecho…, en ese momento es cuando hay que ponerse a jugar, pues si no podrías dejarle a un lado (el ordenador), aburrirte de él y no cogerle más.
Un buen libro hace que el día se te pase más rápido. Se levanta uno más contento, espera con ansiedad infantil el momento de lectura y, una vez entre las manos, la mente vuela lejos de cualquier preocupación. Estos son los libros que he leído en 2021.
Este año se suman a los libros leídos el descubrimiento del mundo cuento, con Cortázar y Borges a la cabeza.