Mis viejos discos de vinilo

Mis viejos discos de vinilo

 

Al principio eran solo momentos puntuales. Me brotaba una especie de odio desde las entrañas y transformaba mi carácter. ¡Con todo lo que te he querido! Durante esos ataques espontáneos no podía ni verte, me molestaba tu simple presencia, aunque estuvieses en otra habitación de la casa. Ese carácter tuyo tan dócil, siempre intentando conciliar… ¿Cómo podías estar siempre de buen humor? Cuando te conocí, me enamoré de todo aquello, pero, pasado el tiempo, de un día para otro, sin previo aviso, como llegan las tormentas de verano, empezó a quemarme las entrañas. Pensé que te querría siempre. Estaba segura. Y, de repente, todo ese resentimiento recorriendo mis venas. Todas esas ganas de lastimarte. Te conocía bien. Me resultaba sencillo hurgar en tus llagas y hacerte sangrar las emociones. Tú, paciente, nunca brincabas ni te revolvías. Digerías el dolor y los gritos y me dabas mi espacio. Me conocías bien.

Dónde va el amor cuando nos deja. Se escurre entre las manos como si fuese el agua de un río que se seca. ¡Duele tanto dejar de querer! Mi corazón se desintegraba y el eco de aquella onda expansiva te arrasó. Lo sé. Lo siento. Lo llevo conmigo. Me sentía atrapada entre aquellas emociones oscuras y la atmósfera densa de aquella casa. Cambié el sonido abierto de mis vinilos por unos auriculares cerrados que cubrían mis orejas y las ganas de cruzar miradas y conversaciones contigo. Y tú no hacías nada, siempre tenías suficiente conmigo. Yo te bastaba. Esa falta de ambición carcomía mis esperanzas. Te culpé de mi infelicidad. Te hice responsable de mis frustraciones. ¡Qué inmadurez por mi parte! Escapé y dejé todo atrás. A ti y a nuestras cosas. Nuestras, porque ya no sabía diferenciar qué era tuyo y qué mío. Ni siquiera mis discos de segunda mano, custodios y compañía de mudanzas y amores pasados. Nunca había permitido a nadie tocarlos. Los cuidaba con celo y ternura inagotable, como se cuida a un hijo. Pero llegaste tú. La primera vez que subiste a mi casa, agarraste uno de la estantería con decisión, lo limpiaste con la gamuza seca y lo pusiste con tanto cuidado en el tocadiscos que no supe decir nada. Sentí paz. A veces echo de menos esa facilidad que tenías de hacerme sentir como en casa siempre, de ocupar los espacios y hacerlos mejores. Esa innata cercanía emocional tuya que te hacía conectar con las personas desde el primer segundo. Esa cálida proximidad que chocaba siempre con el gélido muro de mis gestos y emociones. A veces te echo de menos, sí. La vida tiene estas cosas. A ti y a mis discos. A tu presencia y a mi colección. Quizá quiera recuperarla. Quién sabe.

Tus viejos discos de vinilo Los viejos discos de vinilo

3 comentarios en «0»

  1. Pensé que sería uno más, uno de tantos. Esperaba que ella le echase la charla, la típica retahíla. «Son algo muy especial. Me acompañan desde la universidad. Prefiero que nadie los toque. Son delicados». Pero no. Llegó él, con descaro y decisión, hurgó entre nosotros con dos de sus dedos por unos instantes y me sacó de la estantería. Sus manos eran cálidas y su tacto suave. Hacía años que nadie más me tocaba. No hubo charla ni reacción. Ella siguió fumando en la ventana, de pie, con el cuerpo relajado, pero atenta a sus movimientos. Él levantó la aguja, me colocó sobre la pista y me hizo sonar. Después, se acercaron el uno al otro, empezaron a bailar y se olvidaron de mí. Semanas después nos volvimos a mudar, misma estantería, nueva casa. Desde entonces ya solo me tocaba él. A mí y a ella. Me hacía vibrar. Me limpiaba. Me colocaba dentro de la funda. Me devolvía a mi sitio. Todo con mimo y esmero, como hasta ese entonces había hecho ella siempre. Fueron meses hermosos en aquella casa. Hacían el amor delante de mí, leían en el sofá de mil posturas distintas y abrían botellas de vino por las noches. Con el tiempo empezaron a distanciarse, con la distancia llegó el silencio, con el silencio, la indiferencia y se olvidaron de mí. Ya nunca me bajaban de la estantería, ni él, ni ella. Me llené de polvo. No volví a vibrar. No volví a verla. He terminado apilado en una caja cerrada y oscura, quizá nos estemos mudando. Quién sabe.

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