Tiene un piano,
dos cuadros
y un piso de arriba
donde juego
al escondite conmigo.
En un cuadro pone «Poesía»,
en el otro «Por la vida, mi amor, por la vida».
Lo que pasa aquí es en blanco y negro
y tiene cientos de luces pequeñitas.
Como yo. A veces.
Dejar entrar,
dejo entrar poco,
y casi siempre
se tropiezan en la puerta.
Todos los días necesito salir
y a cada rato estoy deseando volver.
No es la casa más ordenada del mundo,
pero es en la que mejor suena la música.
Las estanterías cada vez esconden
más libros,
ya tengo rincón preferido
y los marcos de fotos
están preparados para recordar.
El tendedero suele andar por medio,
y no, aquí tampoco me duermo pronto.
Siempre hay leche, mermelada, cerveza
y propaganda de comida para llevar.
El patio es el sitio más verde y
con más paz de todo Madrid
y los gatos del barrio
se vienen a leer conmigo cada tarde.
A veces
hasta me saluda algún vecino.
Lo cierto es que,
por mucho que os cuente,
no os hacéis ni una idea.
Y eso es lo mejor,
porque así es un poco más mía
y un poco menos de todos los demás.
Billete de vuelta
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Yo
que, sin querer,
lo primero que miro en el mapa del tiempo
es la ciudad donde ya no habito
y me cuesta recordar
qué me trajo aquí,
que cada vez entiendo menos
el significado de los sueños
y rara vez me meto en batallas
en las que no quiero bailar,
que todavía me acuerdo de ti
pero ya no miro billetes de vuelta,
me paro en seco y disfruto este invierno,
aparto las fotos y ordeno los quieros,
me siento esta noche
y empiezo a escribir
una nueva canción.
Patricia Benito