Tic—tic, tic—tic…

En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y medito.

                           Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic—tic, olvidado
por repetido, golpea.

Tic—tic, tic—tic… Ya te he oído.
Tic—tic, tic—tic… Siempre igual,
monótono y aburrido.

Tic—tic, tic—tic, el latido
de un corazón de metal.

En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo?  No.

En estos pueblos se lucha
sin tregua con el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.

Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?

Antonio Machado

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Entrada anterior Bambalinas
Entrada siguiente Ayer todavía era mañana