Satélites

El día en que se queman las estrellas
la luz blanca cae sobre unos hielos escondidos
en la mesa y tres sillas plegables.
La bóveda oscura, despejada, el lago mínimo
y los abrigos, abrimos tres cervezas, y una manta,
                          ¡acércate!
Estoy en casa, en una casa de cuatro ruedas,
con piel de espuma y edredón. Soy un triángulo
de amigos y en la montaña, unidos y enredados,
por un cable de acero, cerca de dios,
                          nos conocimos.
Un fuego extraño cruza el cielo y una temprana primavera
nos recuerda lo pequeño y el detalle,
somos amigos y es lo bello.
Todo pasa y aún nos queda el entusiasmo
de aquella noche en la que vimos
con asombro y a lo lejos
cómo las estrellas se quemaron.
Eduardo de la +

Cuando me vaya

Cuando me vaya…
no quiero ser estatua,
ni cuadro ni vitrina,
sólo si acaso de saco una cortina
que te entorne la luz para que duermas.
Quisiera convertirme en tu linterna
y serte útil cuando no ves claro,
eso y sólo dormirme en tu costado
y amanecer rezando en tu cadera.
Quisiera ser la lluvia en tu pradera
o tú mi lluvia o yo tu mar y tú mi barco
o al revés, jugar,
ser siempre un niño que en el amor me crezco,
quisiera ser,
todo lo que ya soy y aún no merezco.
Gloria Fuertes

Ayer me porté mal

Ayer me porté mal con el cosmos.
Viví todo el día sin preguntar por nada,
sin sorprenderme de nada.
Realicé acciones cotidianas,
como si fuera lo único que tenía que hacer.
Aspirar, espirar, un paso tras otro, obligaciones,
pero sin pensamientos que fueran más allá
de salir de casa y volver a casa.
El mundo podría ser tenido por un mundo loco
y yo lo tuve para mi propio y trivial uso.
Ningún cómo, ningún por qué,
o de dónde ha salido éste,
o para qué quiere tantos impacientes detalles.
Fui como un clavo superficialmente clavado a la pared,
o
(aquí una comparación que no se me ha ocurrido).
Uno tras otro se fueron sucediendo cambios
incluso en el limitado campo de un abrir y cerrar de ojos.
En la mesa más joven, con una mano un día más joven
había pan de ayer cortado de forma distinta.
Las nubes como nunca y la lluvia como nunca,
porque era con otras gotas que llovía.
La Tierra giraba sobre su eje
pero en un espacio abandonado para siempre.
Duró sus buenas 24 horas.
1.440 minutos de ocasiones.
86.400 segundos que mirar.
El cósmico savoir-vivre
aunque calla sobre nuestro asunto,
exige, sin embargo, algo de nosotros:
una cierta atención, un par de frases de Pascal
y una sorprendente participación en este juego
de reglas desconocidas.
Wislawa Szymborska

La estación del ferrocarril

Fuiste avisado
con una carta no enviada.
Lograste no llegar
a la hora prevista.
El tren llegó al andén número tres.
Bajó mucha gente.
Entre la muchedumbre se dirigió a la salida
la ausencia de mi persona.
Varias mujeres me sustituyeron
rápidamente
en aquella prisa.
A una de ellas se acercó corriendo
alguien desconocido para mí
pero ella lo reconoció
al instante.
Ambos intercambiaron
un beso no nuestro,
durante el cual se perdió
no mi maleta.
La estación de la ciudad de N
pasó bien el examen
de la existencia objetiva.
La totalidad estaba en su lugar.
Los detalles se movían
por las vías marcadas.
Tuvo lugar incluso
la cita acordada.
Fuera del alcance
de nuestra presencia.
En el paraíso perdido
de la posibilidad.
En otra parte.
En otra parte.
Como suenan estas palabras.”
Wisława Szymborska

Nacido

Así que esta es su madre.
Esta pequeña mujer.
Causante de ojos grises.
Barca en la que años atrás
llegó a la orilla.
De ella se extrajo
al mundo,
a la no-eternidad.
Procreadora del hombre
con el que saltaré sobre el fuego.
Así que es ella la única,
la que no lo cogió
ya listo, completo.
Ella misma lo atrapó
en una piel que conozco,
lo ató a unos huesos
escondidos ante mí.
Ella misma buscó con sus ojos
los ojos grises
con los que él me miró.
Así que es ella, su alfa.
¿Por qué me la mostró?
Nacido.
A pesar de todo, nacido él también.
Nacido como todos.
Como yo, que moriré.
Hijo de una mujer real.
Llegado de las profundidades del cuerpo.
Viajero a omega.
Expuesto
a la inexistencia
por todas partes,
a cada momento.
Y su cabeza
es una cabeza golpeando contra un muro
que cede hasta cierto momento.
Y sus movimientos
son anulaciones
de una condena general.
Entendí
que él ya había recorrido la mitad del camino.
Pero no me lo dijo,
no.
Sólo me dijo
─Es mi madre.
Wislawa Szymborska

Si me vas a decir

Si me vas a decir:
Ángel de amor, ¿no es verdad
que en esta orilla apartada
la luna brilla estrellada
y se respira mejor?
Sabe que soy asmática y alérgica
que en las orillas de los ríos toso
que es famoso
mi pronto repentino, inoportuno
y que prefiero un trino
si sale por las ondas de la radio.
Y si vas a exclamar un socorrido:
Luz de mi vida, fuego de mis entrañas,
pecado mío, alma mía, bo-ni-ta.
Sabe que me apago como una vela
después de un día largo
si me encargo de alguna burocracia
o si estoy muy cansada.
Me pongo insoportable cuando enfermo
y nada me hace gracia de mañana.
Soy muy desagradable algunos lunes.
Jamás hablo
durante el desayuno.
Antes de que profieras:
Yo quiero hacer contigo
lo que en la primavera hacen los conejos,
sabe que no aguanto un festejo por compromiso
ni el pálpito sumiso
a cada rato.
Siempre acato
la máxima vital que inunda el deseo:
que todo lo que veo se vuelva espuma.
Seamos pumas
peleando en la sabana en un cuerpo a cuerpo
sin más conexión astral
que lo que rezuma.
Si vas a contemplarme
y hablarme de mi pupila azul como el cielo,
sabe que es verde clara como la tila
y marrón como el suelo.
Y si vas a decirme
que poesía soy yo
sabe
ángel de amor
corazón de bruma
que poesía soy yo
porque soy la pluma.
Marta Jiménez Serrano
Inteligencia Artificial (IA)

Inteligencia Artificial (IA)

Me gusta saltar al vacío cuando hay agua debajo. A veces, me susurra al oído algún acantilado junto al mar o un peñasco prominente en un barranco de río. Entonces me pongo a investigar para decidir si salto o no. Analizo principalmente tres variables. La primera de ellas es la altura del peñasco. A mayor altura es menos probable que salte. La segunda es lo cristalino del fondo. A mayor claridad, mayor probabilidad de salto. La tercera es el mood aventurero que llevo ese día. Hay días que estoy más saltarín que otros. Conjugo el valor de estas tres variables y decido. Así funciona una neurona artificial o perceptrón.

Inteligencia Artificial (37)

Inteligencia Artificial (37)

Encender el ordenador. Hacerse un café. Ponerse a escribir. Con este sencillo algoritmo, he conseguido terminar dos novelas. Mic drop! Un algoritmo no es más que un conjunto ordenado y finito de pasos diseñado para llevar a cabo una tarea. Ya seas un humano, una verdura o un iphone, los algoritmos rigen tu vida. Edu, pero un iphone no tiene la capacidad de elegir como yo. Elegir, tomar decisiones, libre albedrío, luego hablamos de ello.

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo…

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo,
y más la piedra dura porque esa ya no siente,
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror…
Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos,
¡y no saber adónde vamos,
ni de dónde venimos!…
Rubén Darío

Los que auscultasteis el corazón de la noche…

Los que auscultasteis el corazón de la noche,
los que por el insomnio tenaz habéis oído
el cerrar de una puerta, el resonar de un coche
lejano, un eco vago, un ligero ruido…
En los instantes del silencio misteriosos,
cuando surgen de su prisión los olvidados,
en la hora de los muertos, en la hora del reposo,
sabréis leer estos versos de amargor impregnados…
Como en un vaso vierto en ellos mis dolores
de lejanos recuerdos y desgracias funestas,
y las tristes nostalgias de mi alma, ebria de flores,
y el duelo de mi corazón, triste de fiestas.
Y el pesar de no ser lo que yo hubiera sido,
y la pérdida del reino que estaba para mí,
el pensar que un instante pude no haber nacido,
¡y el sueño que es mi vida desde que yo nací!
Todo esto viene en medio del silencio profundo
en que la noche envuelve la terrena ilusión,
y siento como un eco del corazón del mundo
que penetra y conmueve mi propio corazón.
Rubén Darío

Qué alegría, vivir…

Qué alegría, vivir
sintiéndose vivido.
Rendirse
a la gran certidumbre, oscuramente,
de que otro ser, fuera de mí, muy lejos,
me está viviendo.
Que cuando los espejos, los espías,
azogues, almas cortas, aseguran
que estoy aquí, yo, inmóvil,
con los ojos cerrados y los labios,
negándome al amor
de la luz, de la flor y de los nombres,
la verdad trasvisible es que camino
sin mis pasos, con otros,
allá lejos, y allí
estoy besando flores, luces, hablo.
Que hay otro ser por el que miro el mundo
porque me está queriendo con sus ojos.
Que hay otra voz con la que digo cosas
no sospechadas por mi gran silencio;
y es que también me quiere con su voz.
La vida —¡qué transporte ya!—, ignorancia
de lo que son mis actos, que ella hace,
en que ella vive, doble, suya y mía.
Y cuando ella me hable
de un cielo oscuro, de un paisaje blanco,
recordaré
estrellas que no vi, que ella miraba,
y nieve que nevaba allá en su cielo.
Con la extraña delicia de acordarse
de haber tocado lo que no toqué
sino con esas manos que no alcanzo
a coger con las mías, tan distantes.
Y todo enajenado podrá el cuerpo
descansar quieto, muerto ya. Morirse
en la alta confianza
de que este vivir mío no era sólo
mi vivir: era el nuestro. Y que me vive
otro ser por detrás de la no muerte.
Pedro Salinas

Las gafas de leer

Yo le digo a usted y a todos que esto de contar ya lo que pasó y de lo que se acuerda uno, o se acuerdan otros y te espolean para que te acuerdes tú mismo, es un asunto que según se mire. Siempre te que- das no sé cómo decir, después de haberlo contado; porque se te olvida algo o qué sé yo. Luego ya, no puedes intercalarlo donde lo tenías que haber dicho en su sitio propio, e incluso si llegas a poder contarlo al final, ya todo queda deslavazado.

Mujer cosiendo

Afuera está el escándalo
del sol,
y la garganta
de la cal desollada que responde
bramando de terror:

la zarabanda
maníaca de la luz
–la quema grande.

Y adentro, fresca, la penumbra
como un baño de paz
–agua del bosque
de la eterna delicia–
la penumbra

en que tu aguja salta
–leve
pececillo de lumbre–
y a la tela
vuelve otra vez
iluminándonos.

Eliseo Diego

Y si después de tantas palabras…

¡Y si después de tántas palabras,
no sobrevive la palabra!
¡Si después de las alas de los pájaros,
no sobrevive el pájaro parado!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo y acabemos!

¡Haber nacido para vivir de nuestra muerte!
¡Levantarse del cielo hacia la tierra
por sus propios desastres
y espiar el momento de apagar con su sombra su tiniebla!
¡Más valdría, francamente,
que se lo coman todo y qué más da…!

¡Y si después de tanta historia, sucumbimos,
no ya de eternidad,
sino de esas cosas sencillas, como estar
en la casa o ponerse a cavilar!
¡Y si luego encontramos,
de buenas a primeras, que vivimos,
a juzgar por la altura de los astros,
por el peine y las manchas del pañuelo!
¡Más valdría, en verdad,
que se lo coman todo, desde luego!

Se dirá que tenemos
en uno de los ojos mucha pena
y también en el otro, mucha pena
y en los dos, cuando miran, mucha pena…
Entonces… ¡Claro!… Entonces… ¡ni palabra!

César Vallejo

Lo nuestro

Tuyo es el tiempo cuando tu cuerpo pasa
con el temblor del mundo,
el tiempo, no tu cuerpo.
Tu cuerpo estaba aquí, tendido al sol, soñando;
se despertó contigo una mañana
cuando quiso la tierra.

Tuyo es el tacto de las manos, no las manos;
la luz llenándote los ojos, no los ojos;
acaso un árbol, un pájaro que mires,
lo demás es ajeno.
Cuanto la tierra presta aquí se queda,
es de la tierra.

Sólo trajimos el tiempo de estar vivos
entre el relámpago y el viento;
el tiempo en que tu cuerpo gira con el mundo,
el hoy, el grito delante del milagro;
la llama que arde con la vela, no la vela,
la nada de donde todo se suspende
—eso es lo nuestro.

Eugenio Montejo

Se querían

Se querían.
Sufrían por la luz, labios azules en la madrugada,
labios saliendo de la noche dura,
labios partidos, sangre, ¿sangre dónde?
Se querían en un lecho navío, mitad noche, mitad luz.

Se querían como las flores a las espinas hondas,
a esa amorosa gema del amarillo nuevo,
cuando los rostros giran melancólicamente,
giralunas que brillan recibiendo aquel beso.

Se querían de noche, cuando los perros hondos
laten bajo la tierra y los valles se estiran
como lomos arcaicos que se sienten repasados:
caricia, seda, mano, luna que llega y toca.

Se querían de amor entre la madrugada,
entre las duras piedras cerradas de la noche,
duras como los cuerpos helados por las horas,
duras como los besos de diente a diente solo.

Se querían de día, playa que va creciendo,
ondas que por los pies acarician los muslos,
cuerpos que se levantan de la tierra y flotando…
Se querían de día, sobre el mar, bajo el cielo.

Mediodía perfecto, se querían tan íntimos,
mar altísimo y joven, intimidad extensa,
soledad de lo vivo, horizontes remotos
ligados como cuerpos en soledad cantando.

Amando. Se querían como la luna lúcida,
como ese mar redondo que se aplica a ese rostro,
dulce eclipse de agua, mejilla oscurecida,
donde los peces rojos van y vienen sin música.

Día, noche, ponientes, madrugadas, espacios,
ondas nuevas, antiguas, fugitivas, perpetuas,
mar o tierra, navío, lecho, pluma, cristal,
metal, música, labio, silencio, vegetal,
mundo, quietud, su forma. Se querían, sabedlo.

Vicente Aleixandre

Mitología

Mi padre me dijo:

“Yo nací el año
de los dientes verdes
de los dromedarios”.

Ahora yo me pregunto:
¿Qué hemos hecho de nuestros años,
tan lejanos y estrechos?

¿Cayeron malbaratados
entre el olvido de la tradición
y la sed de las dunas?

¿Se esfumaron en el aire
como haces de leña?
Buscad los años en la poesía,
huesos de la memoria,
como nuestros antepasados.

Nuestros años son versos,
como una lluvia de estrellas
como la hermosa yerba
o el parto de las abejas.

Estos son nuestros años,
abandonados,
esqueletos trágicos,
como grandes tormentas,
como una lluvia roja
o un vendaval de langostas.
Y no son estos otros
Incipientes y artificiales
que ahora colgamos
del almanaque
de nuestros sueños.

Limam Boisha

Retrato

Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierra de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero. 

Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
—ya conocéis mi torpe aliño indumentario—,
mas recibí la flecha que me asignó Cupido, 
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario. 

Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,  
pero mi verso brota de manantial sereno; 
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, 
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno. 

Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar. 

Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una. 

¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada. 

Converso con el hombre que siempre va conmigo
—quien habla solo espera hablar a Dios un día—; 
mi soliloquio es plática con este buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.

Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago. 

Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar, 
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.

Antonio Machado
Ayer todavía era mañana

Ayer todavía era mañana

Una novela que regresa a casa para escuchar a la madre mientras cose el tiempo. Una novela que es también —tal vez, por encima de todo— el encuentro con la madre, el regreso lírico a la madre, el abrazo a la memoria de una infancia que ya sucedió. Una novela donde recuerdo, realidad, ficción y poesía naufragan en el mismo mar y se entremezclan, quizá para descubrir que estuvieron siempre juntos de alguna forma.

Tic—tic, tic—tic…

En mi estancia, iluminada
por esta luz invernal
—la tarde gris tamizada
por la lluvia y el cristal—,
sueño y medito.

                           Clarea
el reloj arrinconado,
y su tic—tic, olvidado
por repetido, golpea.

Tic—tic, tic—tic… Ya te he oído.
Tic—tic, tic—tic… Siempre igual,
monótono y aburrido.

Tic—tic, tic—tic, el latido
de un corazón de metal.

En estos pueblos, ¿se escucha
el latir del tiempo?  No.

En estos pueblos se lucha
sin tregua con el reló,
con esa monotonía
que mide un tiempo vacío.

Pero ¿tu hora es la mía?
¿Tu tiempo, reloj, el mío?

Antonio Machado

Sabe esperar…

Sabe esperar, aguarda que la marea fluya
—así en la costa un barco— sin que al partir te inquiete.
Todo el que aguarda sabe que la victoria es suya;
porque la vida es larga y el arte es un juguete.

Y si la vida es corta
y no llega la mar a tu galera,
aguarda sin partir y siempre espera,
que el arte es largo y, además, no importa.

Antonio Machado