¡No era una caja!

¡No era una caja!

Ya solo espero que la noche me trague.
Bajo mis pies se abra la tierra y desaparecer.
Heme aquí entre los hombres y las mujeres,
puesta por el divertimento de los dioses.
Juego de los unos, esclava de las otras.
Pandora, ven aquí,
Pandora, guarda esto.
Pandora, trae aquello.
Ni una sola caricia en las palabras.
Guardo, traigo y voy
cargada de ánforas, de rabia
y de curiosidad.
                        En tanto que
una se me cae y se hace añicos.
Cómo iba yo a saber si de aceite,
de miel o de manzanas,
y no de aquellas molestias vertidas.
Reúno con la escoba los despojos.
Sé lo qué dirán de mí, por la calle.
Pandora, torpe.
Pandora, fisgona.
Pandora, inoportuna.
Las manchas, las del suelo y en mi nombre,
no se borran. Y no dejo de pensar
por qué nadie me advirtió.
Pandora, ¡ten cuidado!

Eduardo de la +
A UNA TRANSEUNTE

A UNA TRANSEUNTE

Ernesto García sucumbió a la fantasía en la mañana de un martes cualquiera. Bien sabía él que la vida sin ilusión era una vida en blanco y negro. Una vida mate, desenfocada, como una pizza sin ingredientes, como un túnel de autopista, como un domingo lluvioso sin ventana. La mañana era industrial y rutinaria, sin adornos, con sabor a comida recalentada. Fue sentado en el último vagón de aquel tren cotidiano que tomaba cada día, envuelto en una gabardina gris y con un maletín gastado sobre sus piernas, cuando su mirada la descubrió.

Tinieblas

A oscuras, de madrugada, tus besos
ocultos en la penumbra,
secretos, bajo una noche
de estrellas, olivos y serranía.

Se abre una puerta, los cuerpos
se buscan, las bocas se encuentran,
es el hambre quien se come y se devora
con un ansia clandestina.

Ojos aglomerados observan
nos miran, sin ver,
sin saber, nos vigilan, nosotros
seguimos jugando a ser fresas
de campo, sabrosas,
el rojo en tu cuello, mi mano
en las flores, hermosas,
las bocas se muerden, inquietas,
el tiempo y los latires
                                     se detienen,
las ganas y la sangre
                                    se aceleran.

Pronto la luz y separados,
volvemos a fundirnos con la casa.
Tus besos por furtivos, verdaderos,
el juego por discreto, terminado.
Nos dormimos.
Pronto el sol y tu pijama,
tu pelo alborotado y somnolientos
buscamos el reencuentro en la cocina
y el aroma del café de la mañana
                                             recién hecho.

Eduardo de la +

Ribera de los alisos

Los pinos son más viejos.
                                             Sendero abajo,
sucias de arena y rozaduras
igual que mis rodillas cuando niño,
asoman las raíces.
Y allá en el fondo el río entre los álamos
completa como siempre este paisaje
que yo quiero en el mundo,
mientras que me devuelve su recuerdo
entre los más primeros de mi vida.

Un pequeño rincón en el mapa de España
que me sé de memoria, porque fue mi reino.
Podría imaginar
que no ha pasado el tiempo,
lo mismo que a seis años, a esa edad
en que el dormir descansa verdaderamente,
con los ojos cerrados
y despierto en la cama, las mañanas de invierno,
imaginaba un día del verano anterior.
                                                                 Con el olor
profundo de los pinos.
Pero están estos cambios apenas perceptibles,
en las raíces, o en el sendero mismo,
que me fuerzan a veces a deshacer lo andado.
Están estos recuerdos, que sirven nada más
para morir conmigo.

Por lo menos la vida en el colegio
era un indicio de lo que es la vida.
Y sin embargo, son estas imágenes
–una noche a caballo, el nacimiento
terriblemente impuro de la luna,
o la visión del río apareciéndose
hace ya muchos años, en un mes de septiembre,
la exaltación y el miedo de estar solo
cuando va a atardecer–,
antes que otras ningunas,
las que vuelven y tienen un sentido
que no sé bien cuál es.
                                        La intensidad
de un fogonazo, puede que solamente,
y también una antigua inclinación humana
por confundir belleza y significación.

Imágenes hermosas de una historia
que no es toda la historia.
Demasiado me acuerdo de los meses de octubre,
de las vueltas a casa ya de noche, cantando,
con el viento de otoño cortándonos los labios,
y la excitación en el salón de arriba
junto al fuego encendido, cuando eran familiares
el ritmo de la casa y el de las estaciones,
la dulzura de un orden artificioso y rústico,
como los personajes
en el papel de la pared.

Sueño de los mayores, todo aquello.
Sueño de su nostalgia de otra vida más noble,
de otra edad exaltándoles
hacia una eternidad de grandes fincas,
más allá de su miedo a morir ellos solos.
Así fui, desde niño, acostumbrado
al ejercicio de la irrealidad,
y todavía, en la melancolía
que de entonces me queda,
hay rencor de conciencia engañada,
resentimiento demasiado vivo
que ni el silencio y la soledad lo calman,
aunque acaso también algo más hondo
traigan al corazón.
                                 Como el latido
de los pinares, al pararse el viento,
que se preparan para oscurecer.

Algo que ya no es casi sentimiento,
una disposición
de afinidad profunda
con la naturaleza y con los hombres,
que hasta la idea de morir parece
bella y tranquila. Igual que este lugar.

Jaime Gil de Biedma

La falta

Hay gente que le pone nombre
a su falta
les falta Antonio o Cecilia,
un viaje a Africa
o un millón de pesetas
un pisito en la playa
o una amante
un éxito en la lotería
o un ascenso en el trabajo.

Los que sabemos que la falta
es lo único esencial
merodeamos las calles nocturnas
de la ciudad
sin buscar
ni un polvo
ni una diosa
ni un Dios
          Sacamos a pasear la falta
como quien pasea un perro.

Cristina Peri Rossi

Reminiscencia

No podía dejar de amarla porque el olvido no existe
y la memoria es modificación, de manera que sin querer
amaba las distintas formas bajo las cuales ella aparecía
en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de todos los lugares
en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques
donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas
que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables
como las pocas cosas que habíamos conocido.

Desde alguna parte
me mira
esa mujer que fuiste
alguna vez lejana
y me pide cosas
me pide memoriales
versos
y perdón por el futuro.

El monótono oficio de amarte
o poesía
extrañas parejas pasean por el parque
signos de una tipografía que ya conozco
por haberla usado desde pequeña
Y el globo de sol
que un extraño colocara en el jardín
como una O redonda
mayúscula
quizás para recordarme
que he de amarte
medida y rimada
como aquellos poemas antiguos,
un poco viejos,
aprenderte de memoria
como un libro de lectura
del cual surge el caballo blanco en el que viajo
en tus sueños nocturnos
y la nostalgia de mamá
por cuya culpa
sin duda      te amo.

Cristina Peri Rossi

Me basta así

Si yo fuese Dios        
y tuviese el secreto,
haría        
un ser exacto a ti;        
lo probaría        
(a la manera de los panaderos        
cuando prueban el pan, es decir:        
con la boca),        
y si ese sabor fuese        
igual al tuyo, o sea        
tu mismo olor, y tu manera        
de sonreír,        
y de guardar silencio,        
y de estrechar mi mano estrictamente,        
y de besarnos sin hacernos daño        
–de esto sí estoy seguro: pongo        
tanta atención cuando te beso–;        
                                                       entonces,
si yo fuese Dios,        
podría repetirte y repetirte,        
siempre la misma y siempre diferente,        
sin cansarme jamás del juego idéntico,        
sin desdeñar tampoco la que fuiste        
por la que ibas a ser dentro de nada;        
ya no sé si me explico, pero quiero        
aclarar si yo fuese        
Dios, haría        
lo posible por ser Ángel González        
para quererte tal como te quiero,        
para aguardar con calma        
a que te crees tú misma cada día,        
a que sorprendas todas las mañanas        
la luz recién nacida con tu propia        
luz, y corras        
la cortina impalpable que separa        
el sueño de la vida,        
resucitándome con tu palabra,        
Lázaro alegre,        
yo, mojado todavía        
de sombras y pereza,        
sorprendido y absorto        
en la contemplación de todo aquello        
que, en unión de mí mismo,        
recuperas y salvas, mueves, dejas        
abandonado cuando –luego– callas…        
(Escucho tu silencio.        
                                    Oigo
constelaciones: existes.        
                                    Creo en ti.
                                               Eres.
                                                        Me basta.)

Ángel González

Mientras tú existas

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz— –cualquiera…
                                            Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.

Ángel González

Continentes

Imagina que tú y que yo
muy tarde ya en la noche
nos chocamos
frente a frente,
baile a baile,
boca a boca.
Imagínatelo.
una noche de alcohol y sótano
en blanco, tú, en negro, yo
un verano y un invierno
continentes oceánicos
continentes que se rozan
nos situamos a medio verso,
nos encontramos en la piel,
en la frontera que es la piel
nos comemos, embriagados
de poesía,
de pornografía,
biografías que se cruzan
en un punto
una noche
y al caer el día
y el sol
sobre las macetas secas
el abismo entre las sábanas
el cuerpo negado
la cama alborotada
la ropa por los suelos
el hechizo ya deshecho
tazones de remordimiento
cucharadas que saben a distancia
miradas suspicaces
deschocamos
continentes que se alejan
dos continentes extraños.

Eduardo de la +

Viajar

                                    Viajar,
este placer de alejarse
lejos, nunca es suficiente.
                                       Viajar,
hacer la maleta, marcharse.
El viaje empieza en la mente y después
de imaginar un destino,
se dibuja sobre un mapa
y se termina con los pies.
Viajar y sentir que se viaja
a mil y un sitios diferentes.
Partir sin saber a dónde,
sobrevolar las ciudades,
recorrer los continentes,
navegar sobre los mares.
Encontrar lo que se esconde, lo invisible,
y amanecer cada mañana
pensando que todo es posible.
Viajo, viajaré, viajaba,
palabras que son curiosas,
emociones conjugadas.
Viajar, viajero, viajante,
declinaciones hermosas
palabras enamoradas.
El verbo viajar es mi amante
nerviosa que siempre me espera.
Esperas en estaciones,
puertos y terminales.
Reencuentros y despedidas.
Esperas acompañadas
de libros y auriculares.
Llantos, abrazos
y besos de bienvenida.
Sentado en el tren, prefiero
mirar por la ventanilla,
con mis ojos de viajero,
luz, paisaje y geografía.
Observar por la ventana
del avión que sube, el nacer
de la mañana y el sol que estalla
tras una nube.
D.F., Atenas, Lisboa
los glaciares del montblanc
y el desierto de Marruecos.
Egipto, Islandia y Nepal.
Viajar cada vez más lejos,
Y en mi cápsula espacial
surcar los siete universos,
y al llegar al más allá
del infinito —¡qué placer!—
atrapar con mi mano
el bigbang, sacudirlo
y ponerlo del revés.
Descender hacia las profundidades
y observar las chimeneas
donde nacen las bacterias
en los fondos abismales.
Viajar no es hacer turismo.
Comenzamos el trayecto
y no sabemos quién somos.
Por extraños mecanismos
en nosotros algo pasa,
nos hace cambiar por dentro
y regresamos a casa
sin volver a ser los mismos.

Comenzamos a viajar
y no sabemos quién somos.
Por extraños mecanismos
en nosotros algo pasa,
por dentro, nos hace cambiar
y regresamos a casa
sin volver a ser los mismos.

Eduardo de la +

Marina del libro

Inquiero los porqués , los hasta cuándo
los cómo y dónde
y esa pregunta muda que me ahoga
y vive en el silencio .

Y entonces tú
contestas
majestuoso
enorme gamo verde
país de agua
donde los soñadores se dan cita .

Me hablas
grande mar
telón del cielo

y tus olas responden como páginas
de un libro cuyo autor lo sabe todo

como páginas, mar

y como pétalos
de una rosa que nunca se deshoja.

(Versión luminosa de «¿Qué voz viene sobre el sonido de las olas que no es la voz del mar?»)

Blanca Andreu

Fábula de la fuente y el caballo

Dicen que murió un caballo.
Contaron que pasó como una sombra, que galopaba
como noticia que va corriendo
todos los días hasta la fuente —agua y sonidos blancos,
jaurías blancas y galgo crepitar—
todos los días entre la nieve y en el deshielo, sobre
la hierba de mayo, año tras año
huía de los lobos
ese caballo que ahora está muerto,
atravesaba los bosques encendidos por la luna
quien lo saludaba fríamente.
Era castaño —acaso era una yegua—
ese caballo del que hablo. Nunca lo podré conocer.
Me han dicho que pasó como una sombra
que su vida no fue sino una sombra y sin embargo el caballo
era luz.
Era un caballo ateniense. En sus ojos brillaba el fuego
de la verdad y la belleza,
pero nadie lo conoció.
Ese caballo que ahora viene vigilante hasta este poema
con los ojos agrandados por el insomnio de la muerte,
con la mirada de mi hermano y la sonrisa de fábula
a veces miraba a los hombres,
pero los hombres no sabían prestar atención a un caballo.
Ni el sabio ni el indiferente se preocuparon de indagar.
Y así el caballo pudo ir año tras año
hasta la fuente aquella y dicen
que se hicieron compañía
durante los durísimos tiempos.
No hablaban más que de sus cosas
en un lenguaje desconocido, más misterioso que el sueco
aquel caballo y aquella fuente.
La fuente era una comadre de las que todavía quedan,
vividora y aficionada
a los chismes.
El caballo era un caballero, no puede decirse otra cosa.
Dicen que galopaba como noticia que va corriendo
a propagar la prosperidad, como un mensaje
del rojo verano.
Y nadie lo escuchó sino la fuente, nadie supo su signo
ni su símbolo,
nadie quiso saber sino la fuente de aquel caballo color hoja seca.
En el interior de un verso sueco descansa su soledad
y ahora ha llegado a este poema antes del amanecer
con grandes ojos semejantes a los de un antiguo profeta,
con ojos que no se preguntan si fue dios quien hizo la muerte,
con grandes ojos elevados
a la categoría de potencias.
Sueño y sendero, sangre y oscuridad
que suenan como campanadas.
Hacia dónde vuelan. De su paso no queda
vestigio alguno. Y el caballo —desde la noche— mira y aprueba
no los ojos de la desapacible
sino la última luz de una brizna de hierba.

Blanca Andreu

Yo sola oscura por azoteas…

Yo sola oscura por azoteas con alas amontonadas por la quietud y por la muerte agrandadas y por cantos diciéndote ay condúceme con mi corazón desconocido a la puerta de las tiendas todas donde venden altísimas gravitaciones ángeles infinitamente confusos que acuden en compases de trenes y se albergan en grises estuarios ay condúceme ahora cuando mi fortaleza martiriza derramándose cuando excesivamente levanta armas de nada y se precipita sobre nada como una certeza y una antífona de la eliminación.

(«Báculo de Babel»)

Blanca Andreu

Cinerario

I
Ahora me pregunto qué sería de aquel fuego
y de su noche, la ceniza.

II
El fuego es dios de nada, dijo el poeta, es nada
aunque a veces sople por las chimeneas
un aire alemán.

III
Ahora me pregunto qué fue de aquellos fuegos
y de su norte, la ceniza.

IV
El fuego es dios de nada –dijo el poeta– es nada
y jamás se controla por educación
o cualquier otra
sino que obra
y porfía.

V
Ahora me pregunto que será de aquel fuego
y su sepulcro, la ceniza.

Blanca Andreu
Escucha, escúchame…

Escucha, escúchame…

Escucha, escúchame, nada de vidrios verdes o doscientos días de historia, o de libros
abiertos como heridas abiertas, o de lunas de Jonia y cosas así,
sino sólo beber yedra mala, y zarzas, y erizadas anémonas parecidas a flores.

Escucha, dime, siempre fue de este modo,
algo falta y hay que ponerle un nombre,
creer en la poesía, y en la intolerancia de la poesía, y decir niña
o decir nube, adelfa,
sufrimiento,
decir desesperada vena sola, cosas así, casi reliquias, casi lejos.

Y no es únicamente por el órgano tiempo que cesa y no cesa, por lo crecido, para la sonriente,
para mi soledad hecha esquina, hecha torre, hecha leve notario, hecha párvula muerta,
sino porque no hay forma más violenta de alejarse.

Blanca Andreu

Los heraldos negros

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.

Son las caídas hondas de los Cristos del alma
de alguna fe adorable que el Destino blasfema.
Esos golpes sangrientos son las crepitaciones
de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre… Pobre… ¡pobre! Vuelve los ojos, como
cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;
vuelve los ojos locos, y todo lo vivido
se empoza, como charco de culpa, en la mirada.

Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!

César Vallejo

Las páginas del fuego

Detrás de mi memoria esta la destrucción como un caballo inmóvil, la muerte indestructible, la noche temerosa que habita lo vehemente y manso de la tierra.

Detrás de mi memoria las páginas del fuego, la llaga del suicida envuelta entre cristales.

Sombrío como el musgo de un sueño abandonado detrás de mi memoria hay un pastor enfermo, la madre incorruptible que en su vejez insomne contempla por las noches los mapas del exilio.

Detrás de mi memoria escucho voces, indóciles palabras y mariposas de sílex, la música invisible de un animal dormido sobre el tibio hervor de la tristeza.

La muerte era una égloga con valles de morfina, el sollozo de un pájaro que fecundaba mujeres, detrás de mi memoria la muerte era la muerte y un silencio oscuro de estelas y algodones.

El vértigo y la losa, el frío mandamiento de un ángel que se arroja sin alas al abismo.

Juan Carlos Mestre

Fotografía

Estamos del revés
nuestras manos son de arena
de salitre, nuestra piel
a lo lejos una bola
de helado de naranja
se derrite.
Parece tan sencillo
caminar sobre la mar
y tocar el horizonte
con la yema de mis dedos
la línea que separa
de lo terrenal,
lo celeste azul, lo celeste cielo
línea que al tocarla vibra
igual que tú, aquel día
como la cuerda de un violín
orgásmica sinfonía.
Cuerpos que se elevan
tardes que descienden
almas que se besan.
Prueba una vez
y otra
y otra
y otra vez
el momento que se viene
romántica litografía
la respiración se aguanta
el músculo se tensa
y el tiempo se detiene.

Fotografía.

Si esta vez sí, esta vez siempre.
Verano prolongado, verano inagotable
guardado en los adentros
verano interminable, verano permanente
un quiero cerca eterno.
Si esta vez sí, ¿entonces siempre?
Promesas convertidas en poemas
promesas derretidas como alas
y una pregunta suena,
en mi cabeza, recurrente,
sin respuesta, ¿de verdad es tan difícil
caminar sobre las aguas?

Eduardo de la +

Quizá regrese esta noche

Quizá regrese esta noche.
Esta noche sí, quizá.
Y remita esta lluvia interminable,
que ya no sé si es lluvia o llanto,
este caer eterno de agua y melancolía,
el cielo deshaciéndose sobre este manto
de hojas amarillas, ramas rotas y caminos vacíos.
Y los vientos dejen de silbar
y dejen de traer y de llevar
y dejen de buscar
entre los árboles desnudos y sequen,
          por fin,
la humedad de la corteza,
la humedad de mis huesos.
Esta noche quizá regrese.
Y los grillos harán fiesta,
y el ulular de los búhos será una sinfonía,
y las hojas del suelo se pintarán de verde
y volverán a los árboles,
y la lluvia se sentirá piel y sabor dulce,
y la noche sonará a luz y será sol,
y el camino se llenará de ti.
Quizá esta noche regreses.
Esta noche quizá, sí.

Eduardo de la +

Todos los platos que rompí

Todos los platos que rompí,
todas las tazas de café
que derramé sobre mesas, libros, vestidos nuevos…
Todos las personas a las que herí
o partí en dos el corazón con un golpe certero de espada.

¿Me perdonarán algún día?
¿Lo harán?
¿Lo haré?

Si yo también estoy rota en mil añicos,
con saliva y sueños como único pegamento.
Si me sangran los pies de andar descalza
sobre esos cristales y trozos de loza que nunca barrí
por pereza.
Si mi ropa, mi estima y mi honra están manchadas
por la torpeza y prisa.

Si soy, si somos,
porcelana e insomnio.
Huesos quebradizos.
Corazones a trozos huyendo del acero y del daño.

Café y deudas.

Ana Elena Pena

Amistad a lo largo

Pasan lentos los días
y muchas veces estuvimos solos.
Pero luego hay momentos felices
para dejarse ser en amistad.
           Mirad:
somos nosotros.

Un destino condujo diestramente
las horas, y brotó la compañía.
Llegaban noches. Al amor de ellas
nosotros encendíamos palabras,
las palabras que luego abandonamos
para subir a más:
empezamos a ser los compañeros
que se conocen
por encima de la voz o de la seña.

Ahora sí. Pueden alzarse
las gentiles palabras
?ésas que ya no dicen cosas?,
flotar ligeramente sobre el aire;
porque estamos nosotros enzarzados
en mundo, sarmentosos
de historia acumulada,
y está la compañía que formamos plena,
frondosa de presencias.
Detrás de cada uno
vela su casa, el campo, la distancia.

Pero callad.
Quiero deciros algo.
Sólo quiero deciros que estamos todos juntos.
A veces, al hablar, alguno olvida
su brazo sobre el mío,
y yo aunque esté callado doy las gracias,
porque hay paz en los cuerpos y en nosotros.
Quiero deciros cómo trajimos
nuestras vidas aquí, para contarlas.
Largamente, los unos con los otros
en el rincón hablamos, tantos meses!
que nos sabemos bien, y en el recuerdo
el júbilo es igual a la tristeza.
Para nosotros el dolor es tierno.

Ay el tiempo! Ya todo se comprende.

Jaime Gil de Biedma